Los administradores públicos se han resistido todo lo que han podido, pero primero a en el comienzo de 2010 y ahora aún con más fuerza han sido incapaces de mantener el descomunal ritmo de inversión en obra pública que habíamos visto durante la burbuja. El último dato –1.024 millones en marzo para el conjunto de las AAPP– es el más bajo para un mes de marzo desde 1996, y si lo deflactamos sería el más bajo desde 1992. El batacazo desde el año pasado es monumental, un -57,8%, y afecta a todas las administraciones, pero especialmente a las corporaciones locales y a las autonomías. Desde el mejor marzo de la historia (curiosamente 2008, cuando ya estábamos sumidos de lleno en la crisis) el desplome es del 83%. Un colapso en toda regla. Y sin embargo, es seguro que aún no hemos tocado fondo. A pesar de las grandes presiones que el entramado partidos-constructoras-banca ejercen en el sentido de mantener la obra pública, el dinero está totalmente agotado, y las otras opciones de recorte son aún menos aceptables. En el gráfico* se puede ver que la obra pública aún ha caído mucho menos que la obra privada. Los visados de obra nueva actualmente se hallan aproximadamente un 90% por debajo de los máximos históricos, mientras que la obra pública lo está un 70%, si tomamos tendencias y no meses puntuales. Si la obra pública cayera en la misma proporción que la privada no sólo tendríamos casi totalmente paralizados los nuevos proyectos, sino que incluso habría graves dificultades para conservar lo ya hecho. Posiblemente lo veamos, ya que las dificultades financieras de las AAPP no han hecho sino comenzar. Personalmente no me parece mal que se restrinja la obra pública. Hace unos meses pudimos leer el informe sobre competitividad* que elaboró el equipo de Xavier Sala i Martín que refleja meridianamente claro que uno de los legados de la burbuja ha sido que nuestro secular déficit en infraestructuras ha quedado, salvo alguna excepción como el transporte de mercancías por ferrocarril, subsanado, y que nuestros problemas son de otra índole. Por lo tanto los escasísimos recursos de que disponemos ahora deberían dedicarse a partidas mucho más importantes, como son el aliviar la pobreza que se extiende sin cesar y el apoyo a la producción de bienes comercializables, especialmente alta tecnología. Lamentablemente también se están restringiendo esas partidas.