Sierra de Guadarrama (foto: ohrwurm67) La institución libre Ni por asomo, se han rebelado, frente a la degradación cultural, la corrupción política y los falsos valores que imperan en este Régimen, figuras tan eminentes como las que denunciaron la podredumbre de la Restauración. Pero las buenas intenciones de aquellos españoles no son comparables a las monsergas hipócritas de los regeneracionistas actuales que reclaman cosas como listas abiertas y paritarias, democracia interna o un papel más “activo” del Parlamento. Cuando un Real Decreto (1875) quiso imponer a los catedráticos el contenido de sus clases, prohibiéndoles exponer en ellas doctrinas contrarias a la religión católica y al régimen monárquico, la defensa de la libertad de enseñanza que sostuvieron algunos de aquéllos provocó la expulsión de sus cátedras y, por sentido de la lealtad con sus compañeros, la digna dimisión de otros como Castelar y Salmerón. Entre estos últimos, Francisco Giner de los Ríos concebirá en Cádiz –donde fue desterrado- la idea de la Institución Libre de Enseñanza, en los que se inspirarían otros centros de la importancia cultural de la Residencia de Estudiantes, la Junta para Ampliación de Estudios, o el Centro de Estudios Históricos. Entre las predilecciones del fundador de la Institución se encontraba la consideración del paisaje como la expresión visible de un orden natural en el que figura el ser humano. La neurótica búsqueda de una identidad nacional y la nebulosa nostálgica que envolvía las aspiraciones de estos renovados “Amigos del País” estaban relacionadas con el placer que sentían realizando excursiones por la Sierra de Guadarrama y con el valor geológico que le daban a la Meseta castellana: “el solar del Cid y la tierra de Don Quijote”. Giner de los Ríos se hallaba muy cerca de la “manera de entender España” de catalanes como Joan Maragall, quien veía en aquel “educador del futuro” la persona capaz de “descubrir el alma peninsular para constituir, en armonía con ella, todos los órganos sociales de la península hispánica” mediante una nuevo “pacto de unión”. Seguimos comprobando que los subjetivismos y esencialismos nacionalistas, los proyectos sugestivos de vida en común, los dislates autonómicos y las “visiones” federalizantes tienen numerosos antecedentes. La naturaleza es un proceso, afirmaba Whitehead, y cada vez que el hombre actúa, también inicia procesos. Si algunos de los procesos orgánicos que se dan en la naturaleza tienen el don de renovarla, en la Historia de España, sólo el proceso que inicie la conquista de la libertad política tendrá la virtud de oxigenar la vida pública, dejando a un lado las ilusiones purificadoras del regeneracionismo y las reformas engañosas que promueven los “sanadores” de la partidocracia.