Prisioneros de guerra franceses durante la primera guerra mundial (foto: drakegoodman) La guerra ya no es lo que era La renuencia de Zapatero a llamar guerra a lo que ha emprendido la “coalición humanitaria” comandada por Sarkozy no puede extrañar a nadie que haya seguido la errática trayectoria de Zapatero. Pero, más allá del zascandileo de este protagonista de la farsa partidocrática, son algunos militares a la vieja usanza y con varios entorchados, los que aseguran que esta operación de patrullaje militar no puede considerarse una guerra “seria”. Las costumbres bélicas se han modificado, y muchas de estas modificaciones son debidas a las exigencias de un ejército profesional en una sociedad hedonista. La armada expedicionaria incorpora un verdadero ejército de abogados militares que atienden los intereses domésticos de los soldados. Otros cambios obedecen a un nuevo respeto táctico por las culturas exóticas. La tropa bisexuada se somete a severas restricciones, en sus tradicionales licencias soldadescas, para no escandalizar a las sociedades de los Estados aliados donde vivaquea. Más significativas son las modificaciones que se están produciendo en las mismas leyes de la guerra. Los planes bélicos subordinan las operaciones a condiciones de bienestar físico y moral de los combatientes. Los objetivos militares se seleccionan procurando no segar vidas civiles ni dañar zonas residenciales del adversario. Para resguardar a los soldados propios, las incursiones aéreas y los bombardeos a distancia dejan de ser operaciones auxiliares de la ocupación del territorio enemigo y se convierten en factor decisivo de la guerra. El punto culminante de la ofensiva no lo determina la profundidad crítica del avance del ejército de tierra, sino el límite de saturación, fuera del teatro de operaciones, de la capacidad de la sociedad civil para encajar los horrores de la guerra. Esta se concibe, calcula, y planifica, en función de un número predeterminado de bajas propias, por encima del cual la victoria no merece la pena que causa obtenerla. A primera vista, podría parecer que la piedad se ha introducido, como principio de moderación, en las leyes de la guerra. Pero entonces, ¿por qué las sociedades hedonistas emprenden guerras que luego no serán tolerables para la sensibilidad de la opinión pública? ¿Por qué quieren la guerra y no sus inevitables consecuencias? El error de cálculo de los gobernantes, los movimientos veleidosos de las emociones colectivas, la ambivalencia de los sentimientos, son puras descripciones que no responden a la cuestión esencial de que la proverbial justificación, “la guerra es la guerra”, ya no resulta satisfactoria para comprender y tolerar el horror.