Los griegos no fueron ajenos a esa experiencia en la que ser libre y la capacidad de empezar algo nuevo coinciden. San Agustín, en “De Civitate Dei” nos dice que Dios creó al hombre para introducir en el mundo la facultad de comenzar. Y en EEUU, siempre ha sido un factor determinante el lema impreso en los dólares: Novus Ordo Seclorum (Un Nuevo Orden del Mundo); el significado de la fundación de un nuevo mundo era terminar con la pobreza y la opresión que reinaban en el viejo. El Presidente de la República Francesa anuncia, con su acostumbrada grandilocuencia, un acuerdo unánime en la UE para la refundación del sistema capitalista, en el que los emprendedores tengan un lugar preferente, con verdaderos mecanismos de supervisión bancaria que impidan el agiotaje desenfrenado. Pero lejos de albergar intenciones revolucionarias o fundacionales, las proclamas europeístas, al proceder de la misma oligarquía que ha impulsado los desmanes financieros, no pueden ir más allá de las ilusiones reformistas o de los intentos de restaurar un viejo orden de cosas. Los seres humanos rechazan la ausencia de fundamentos firmes y eternos porque no pueden aceptar fácilmente que su mundo de significaciones e instituciones pueda ser frágil y precario, a punto de precipitarse en el abismo. El miedo colectivo (muchas veces imaginario), al caos, las amenazas a la estabilidad social, han dado pie, a lo largo de la historia, a tiranías y oligarquías que auguraban la desaparición de los fantasmas: guerras civiles, inseguridad individual, hambrunas, expropiaciones, empobrecimiento. Una crisis puede tener efectos desastrosos cuando la afrontamos con juicios preestablecidos, o con esa inmensa masa de opiniones, hábitos, creencias, rutinas, usos, e ideas heredadas que configuran la pasividad y la inercia de los pueblos. Tal actitud agudiza los problemas al impedirnos experimentar la realidad y reflexionar sobre ella, para extraer los nuevos frutos del pensamiento. También la crisis puede consistir en una mera desaparición del sentido común, el fracaso de la razón o de la sensatez, que desisten de dar respuestas adecuadas. Sarkozy, portada de "The Economist” (foto: Joe Shlabotnik) Las sociedades civiles europeas están alienadas de sí mismas porque no reconocen en las instituciones su propio producto, sino algo ajeno y extraño. Lo que necesitamos es una fundación política: la creación de la democracia en Europa.