Hoy quiero hablar de este grandioso pintor ruso. Lo hago sobre todo para que todo aquel que no lo conozca pueda deleitarse con una pintura de altísimo nivel, que no tiene nada que envidiar a los mejores impresionistas franceses.
Korovin nació en el siglo XIX, en la Rusia zarista, justo el año en que se abolió la servidumbre en el país, en 1861.
Korovin viajó a París y allí se quedaría fascinado por lo que vio. De las obras de los impresionistas llegó a decir: “En ellas encontré todo por lo que a mí me regañaban en casa, en Moscú”.
En efecto, se quedó tan prendado de aquella pintura que estuvo dos años sin pintar, solo observando y pensando cómo podría alcanzar e incluso superar a aquellos genios del pincel.
En mi opinión, lo consiguió. Con su propio estilo, llevó al impresionismo ruso a las cimas más altas. Hace un tiempo fuimos al museo Pushkin, en Moscú, para ver una amplia muestra de cuadros de Korovin. No puedo olvidar la visita. Cada cuadro me pareció una obra maestra. Mi mujer, que es pintora profesional, estaba feliz y como ida, embriagada de tener al alcance de sus ojos tanta belleza. Habían reunido cuadros de los museos y de numerosas colecciones privadas de todo el mundo. Me dijo que quería volver, pero sola, para poder contemplarlos uno a uno con más tiempo. El público estaba con la boca abierta, esa es la verdad. Los cuadros de Korovin han de ser vistos in situ, no a través de la pantalla. A pesar de ello, es posible apreciar la maestría de un artista siempre preocupado por la estética.
Tuvo mala suerte. Al comienzo de la Revolución Bolchevique, robaron todos sus cuadros que se hallaban guardados para una exposición. Quedó arruinado y sobrevivió a base de paleta y pincel, pintando obras más del gusto de la masa, más fácilmente vendibles.
Trabajó mucho tiempo en el teatro para ser libre y pintar lo que quería, no lo que deseaba el público. La vida de los pintores suele ser difícil porque el público, en general, jamás ha apreciado ni apoyado el arte verdadero. Por eso necesitan mecenas. Los nobles rusos le daban consejos poco adecuados, debido a que su estética era más bien hortera.
En un pequeño libro de memorias escrito por él, confiesa que los tontos abundaban. Hay una anécdota divertida y esclarecedora. Dibujó una serie de trajes, para el teatro, de un mundo imaginario donde iba a aparecer un zar submarino. Junto a los bocetos, él escribió, obviamente, la palabra “Zar”, para que se supiera que ese era el traje del protagonista. Al verlo los dueños del teatro, escandalizados, le dijeron que cómo se había atrevido a escribir esa palabra, le acusaron de revolucionario. Y como esa historia, miles más, a cual más tonta.
Querido Korovin, la estulticia está por todas partes. Los tontos, los cobardes, los aduladores y los traidores abundan, es cierto. Pero su obra es inmortal y entrará a través de las pupilas de millones de seres que esperan, con ansia, ver belleza.
Don Antonio, aquí tiene a otro ruso al que la belleza también lo deslumbraba, como a usted.