Sólo la ingenuidad y la ignorancia pueden creer que el Rey de España no cumple una misión importante. Freud, de acuerdo con la teoría de Darwin, explicaba la cohesión de las masas pre-institucionales a través de los inconscientes deseos que había dejado en sus integrantes el periodo durante el cual constituyeron una horda salvaje. La adhesión al nuevo jefe mantiene viva la alegría horizontal de haberse librado de aquel que impedía al resto del grupo el acceso a la satisfacción de los instintos sexuales. El cambio de líder representa el coito para todos. Cuando Franco murió, las personas que lo habían combatido y las que lo habían servido se vieron convertidas en una horda incongruente. El propio Freud, describe cómo el pánico de las masas no lo produce el peligro, sino el debilitamiento de los lazos intragrupales. Era absolutamente necesaria una nueva identificación que uniera a la clase política satisfaciendo el acceso individual al poder que tantas veces había negado el semental de El Pardo. Juan Carlos de Borbón fue la referencia perfecta. Él, claro está que sin saberlo, hizo posible la cohesión de la horda política para convertirla en oligarquía estructural. La sociedad -que cuanto más humillada ha sido, más tendencia muestra a buscar una salida rápida y nuevamente humillante- asumió sin dificultad alguna el mito regio y los sentimientos bárbaros invadieron la organización social. El destape institucional estaba servido y así continúa. Ahora, cuanto más humillado se encuentra un poder con respecto a otro en el Estado de Partidos, más intuición de pánico lo invade, más se niega a sí mismo. Cuanto más alto es el puesto que ocupan los funcionarios dentro de ese poder, más intensa es la sensación personal de ese pánico. El poder judicial también ha encontrado en el monarca su nexo libidinoso. Los síntomas lingüísticos de la corrupción aparecen y mutan antes de que el pensamiento haya podido explicar todas sus causas. La nueva palabra sintomática del oportunismo político es espacio. Todo en la Naturaleza -principalmente la publicitaria- es nuestro espacio o cuenta con uno a nuestra disposición. Pronto lo veremos entre los derechos humanos. Pues bien, ese lugar de intachable satisfacción de apetitos que ahora consideramos íntimo, proviene del secretismo del poder y su nombre, en el ámbito nacional, es, sí, juancarlismo. Quienes sufren fobia a profesar honestamente cosa pública alguna, no temen lucir el juancarlismo confeso que los distingue como profesos de la partidocracia. Los franquistas juancarlistas renunciaron a exigir al continuador de la obra de El Caudillo que cumpliera con su juramento instaurador de la monarquía, para no ser tratados como liberticidas. Los monárquicos juancarlistas renunciaron a la fuente de legitimación de la Monarquía, el honor dinástico, para someterse a un rey que reinó sobre la persona, y reina sobre la tumba, del padre a quien usurpó el trono. Los republicanos juancarlistas renuncian cada día a la República para figurar en el reparto de gloria, irresponsabilidad y poder.