El director del diario digital Voz Populi, Jesus Cacho, ha reclamado “un proceso constituyente” tras la salida de la crisis como unico antídoto para que esta no se repita. En un artículo titulado “Avergonzados de ser españoles”, Cacho confiesa que “sabemos que es tarde, que se ha perdido mucho tiempo, y que cada semana que pasamos en baldío más difícil resulta salir del atolladero, pero no desesperamos. Es cierto que esas reformas implican sufrimiento –si bien temporal- para millones de ciudadanos y pérdida general –igualmente temporal- de nivel de vida. Por eso ese apoyo solo puede mostrarse con dos condiciones. La primera es que la carga de los sacrificios se reparta de forma equitativa. La segunda y más importante es que, una vez superado el trauma, cueste más o menos años, el Gobierno entonces en el poder -de grado o por fuerza, en el Parlamento o en la calle- se comprometa a abordar un saneamiento integral del sistema, con apertura de un proceso constituyente que dé paso a una nueva Carta Magna capaz de alumbrar una democracia digna de tal nombre, y un país más libre, más abierto, más reñido con la corrupción, más amigo de la investigación y la cultura, más justo, más liberal… Un país con unas instituciones, empezando por la primera, de las que los españoles podamos presumir orgullosos. Un país del que nunca, como ahora, volvamos a sentirnos avergonzados”.

 

Tras sugerir que “España necesita profundas y urgentes reformas para dotarse de una economía competitiva, capaz de satisfacer la exigencias de las nuevas generaciones”, Cacho añade:

 

“Todo se ha venido abajo al mismo tiempo. Todo el edificio constitucional se tambalea como un castillo de naipes a punto de derrumbarse. Es el caso de Su Majestad el Rey que, con su elefante a cuestas, se escapa a Arabia Saudí para no tener que hacerse la foto con el pío presidente del Supremo y del CGPJ cogido in fraganti gastando la pasta del erario en su asueto personal marbellí; es la gran banca que, en unión de Telefónica, corre en auxilio del primer grupo de comunicación del país –al parecer en el despacho de Soraya Sáenz de Santamaría- para evitar su ruina, porque este es un sistema de socorros mutuos, en el que los protagonistas y beneficios de la transición están para protegerse y ayudarse mutuamente”.

 

Por último Cacho entiende “la frustración de tantos españoles sensatos que, creyendo formar parte de un país del primer mundo, una nación de ciudadanos libres y responsables de sus actos, se encuentran de repente con que el edificio vital en el que moran con los suyos hace agua, amenaza ruina, porque aparentemente todo, del Rey abajo todos, todo, se ha mostrado y demostrado una filfa, un gran engaño, un profundo embeleco. La desilusión de una vida; el fracaso de millones de vidas”.

 

Y concluye: “Es la corrupción que todo lo inunda. Y no me refiero tanto a la corrupción dineraria, que también, sino a esa otra quizá más dañina en términos de moral pública que reviste la forma del silencio cómplice, de la violación sistemática de la ley, del incumplimiento de las obligaciones inherentes al cargo con grave perjuicio para la colectividad (caso de Fernández Ordóñez y la  dramática situación de la banca española); es la corrupción de la cobardía, del miedo a denunciar; la corrupción del compadreo, del hoy por ti mañana por mí”.

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