Finales de junio de 2008: millones de españoles se agolpan delante de sus televisores para ver como, tras 44 años de espera, Iker Casillas levanta la Copa de Europa de Naciones. Inmediatamente después una marea roja llena las calles de pueblos y ciudades ondeando banderas mayormente rojigualdas y celebrando el mayor triunfo deportivo de las últimas décadas. Pocos días después, España ocupa el puesto número uno de la clasificación FIFA, una organización con más miembros que la ONU. En las siguientes semanas veremos a los Nadal, Gasol, Sastre, Contador acaparar cabeceras de telediarios y periódicos. El orgullo nacional está por las nubes: “la edad de oro del deporte español” anuncian con entusiasmo. Tres meses después de ganar la Eurocopa, ha salido publicado el ránking mundial de competitividad tecnológica. La noticia no trasciende en exceso. Normal por otra parte, las malas noticias es mejor minimizarlas. España, ese país que es la envidia deportiva y festiva del mundo mundial, ocupa el puesto 23 en lo que se refiere a las vanguardias tecnológicas. Tampoco hay que ser pesimistas, hemos adelantado a Italia, que últimamente parece ser nuestra referencia tanto para pasar de cuartos, como en rentas per cápita, aunque, ¡peligro!, una emergente Estonia (¿cuántos españoles la sabrían situar en un mapa?) nos pisa los talones. En la lista nos vemos superados por superpotencias tales como Irlanda, Austria, Noruega, Taiwan, Finlandia y alguna más. USA es el number one, el Reino Unido ocupa ese lugar en el ámbito europeo. Yendo al detalle, suspendemos claramente en infraestructuras tecnológicas y en I+D, mejoramos algo en entorno global de negocio, capital humano y marco legal adecuado. Curioso para un país que tiene el mejor sistema financiero del mundo (Zapatero dixit). Cristinia Garmendia (foto: Patxi López) Llueve sobre mojado: ninguna universidad española está entre las 100 mejores del mundo, nos movemos en la mediocridad en los informes PISA sobre educación, no hemos tenido un Nobel en ciencia desde hace 100 años con Ramón y Cajal (Severo Ochoa cuenta como americano, pese a quien pese) y ahora suspendemos en nuevas tecnologías. Si España quiere ser un país moderno a la altura que le corresponde tendrá que invertir más en terrenos poco productivos en materia electoral y que dan frutos a largo plazo: educación, investigación, tecnología. Todo está inventado, sólo hace falta seguir los modelos británico, alemán o escandinavo para saber que campos necesitan de mayores inversiones. Pero mientras sigamos perdiendo el tiempo con absurdas discusiones territoriales y miopías partidistas, en lo que se refiere a ciencia e innovación seguiremos sin pasar de cuartos.