En las cloacas, cámaras principales del palacio de la partidocracia, se descubren los verdaderos pulsos del poder. Ésta es por cierto una situación muy conveniente, este doble juego. Mientras que todo se decide en una conspiración subterránea entre roedores sucios y rabiosos que se matarían entre sí si no fuese porque se necesitan mutuamente para no despertar sospechas definitivas en la sociedad que los mantiene, la Corte partidocrática nos hace creer que sus sistemas están en regla. Más aún, que tienen un sistema. Uno que ya se veía disfrutando de un buen bocado del pastel de las reales autonomías (Cascos) se encuentra de pronto con que el Gran Jefe le teme demasiado, y se lo quita de en medio. El Gran Jefe es un personaje mediocre, sí, y nos conducirá de la mano a la tierra prometida de la indiferencia más hedionda, del poder por el poder en el puro vacío mental. Por lo menos Zapatero nos da el gusto de interpretar el papel de iluminado, del mensajero oracular del socialismo descafeinado, puro aguachirri de una de dos las opciones que quedaron tras el reparto de la Guerra Fría: el poder para la plutocracia, el espíritu para un socialismo sin cuerpo. Perfecto. Pero hablaba de Cascos. Es puro fingimiento de dignidad, ocultador de ambiciones de poder en el albañal trasero, que el ex-Vicepresidente, decepcionado tras su frustrada intentona de vegetar en una de las comunidades españolas más castigadas, nos quiera hacer creer que lo suyo es la política y que sus antiguos compañeros son unos traidores. Caso de hacerlo directa y claramente, cosa que no hace tampoco, no es correcto hablar de, o insinuar, traición porque nunca hubo de hecho lealtad entre partidócratas. Toda toma de decisiones en los partidos son o bien de obediencia o bien de puñalada trapera. Venga Cascos, menos lobos. No cuela, aunque ahora te quieras apuntar a la idea de una época dorada del PP, a la que tú supuestamente perteneciste, donde la claridad y la inteligencia eran paladinas. El partido es disciplina, y tú lo sabes. Ahora que te toca acatar te haces el noble, el traicionado. Pero más que la búsqueda incondicional del poder personal, que es una invariante de la política, lo que huele a mugre de verdad es que la marcha de Cascos del PP y su plausible formación de un nuevo partido en Asturias se disfrace de moderación, de limpieza moral, de decencia. Limpiamente, no acusa a nadie, cuando debería hablar con claridad al respecto: los porqués y los quiénes. Moderadamente, no se compromete con nada ni contra nadie. Decentemente, actúa sin involucrarse. O sea, de vuelta a las cloacas, tras su saludo ceremonioso a la prensa. Cascos es otro partidócrata quintaesencial, en nada distinto del Gran Jefe, esa mole de sudorosa apatía.