(Foto: Dude Crush) Integrismos Edgar Quinet describía el mundo como un templo donde la historia humana se desarrolla a la manera de un rito religioso, y es que la religión constituye esa clase de lenguaje que entienden todos los hombres. El autor de Le Génie des religions (1832) anunciaba un fructífero encuentro entre el Oriente de los profetas y el Occidente de los intelectuales y científicos, del que saldría un nueva divinidad.   La regeneración de Europa por Asia era una recurrente idea del romanticismo. Friedrich Schlegel y Novalis incitaban a sus compatriotas a sumirse en el estudio de la cultura y religión hindúes para derrocar el materialismo y el mecanicismo occidentales, dando lugar a una revitalización europea. La India nunca supuso una amenaza indígena; la disgregación de la autoridad local facilitó el control externo y extendió la tranquilidad y arrogancia del propietario “con todas las de la ley y de la fuerza” coloniales. Sin embargo, respecto al Islam (haya sido su amenaza más o menos concreta), los europeos siempre han albergado sentimientos de peligro.   Fenómenos tan dispares como los atentados en Rusia o el reciente altercado en la Mezquita de Córdoba -magnificado ad nauseam por “El Mundo” y otros medios de similar querencia amarillista- vuelve a situar en la palestra la presunta inevitabilidad del “choque de civilizaciones”, o al menos, la dudosa integración de los musulmanes en “tierra de infieles”.   Mientras los libros sagrados del judaísmo y el cristianismo, al ser sobre todo narrativos, han admitido una exégesis amplia y una interpretación moderna, aquellos que consideran al Islam irreductiblemente integrista, señalan que no es concebible interpretar un texto normativo dictado literalmente por Alá a un único copista: Mahoma. Pero este rechazo de la posibilidad de una aplicación parcial o adaptada del Corán a la variedad de situaciones existentes en el ámbito musulmán incurre en el mismo esencialismo de los que creen que hay realidades humanas (homogéneas, estáticas y simples) ajenas al cambio histórico, es decir, a la evolución o desintegración de creencias, costumbres y normas.   La Biblia dio a las viudas nombre de mudas y sin lengua (que eso significa la voz “viuda” en hebreo), esto es, mujeres que ya no tienen quien hable por ellas, ni atrevimiento, una vez que se ven solas, para hablar por sí mismas. Semejante estado de indefensión y desposesión sigue produciéndose en la India, donde las viudas, aunque ya no sean arrojadas a la pira funeraria, deben seguir sufriendo hasta que mueren, permaneciendo castas. La venganza indiscriminada de las “viudas negras” chechenas representa un culto abominable de la muerte para obtener vida eterna. Conocemos bien qué clase de sometimiento femenino prevalece en la mayoría de los países musulmanes, y las atrocidades de las que son, a menudo, víctimas. También sabemos que el cambio de estatus de la mujer es una condición sine qua non de la salida del atraso en que está encenagado el mundo islámico.   En cuanto a la reconquista de Al-Andalus que han emprendido unos musulmanes austriacos, Caballeros Templarios como Juan Manuel de Prada, han puesto nuevamente de relieve nuestra permisividad frente a la intolerancia islámica: si quieren volver a utilizar la mezquita catedralicia de Córdoba deberían permitir, en reciprocidad, que se rezase en la basílica de Santa Sofía, en Estambul. ¿Por qué no? Las cosas cambian. Voltaire, con su inmarcesible odio al fanatismo religioso, escribía en Tratado sobre la tolerancia que “El Gran Señor (turco) gobierna en paz a veinte pueblos de religiones distintas” y que mientras los cristianos a orillas del Bósforo, libremente, llevan en andas a su Dios por las calles, en Europa “se condena a la horca o la rueda a cualquier predicador calvinista y a galeras a quienes le escuchan”.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí