No es necesario asistir a solemnes ocasiones como la del Debate sobre el estado de la Nación para comprobar hasta qué punto lo que sucede en el Parlamento [¿Congreso de los Diputados?] nada tiene que ver con una discusión de asuntos reales y sangrantes. Dejando a un lado la grosera expresión, la zafiedad del planteamiento y la falsa emotividad durante la argumentación, basada en un ridículo e infantil afán de superioridad, lo más llamativo resulta la falta virtual de contenido. Una hueca verborrea viaja a través del vacío de un agujero negro traga-verdades, guiada únicamente por el principio del eterno retorno de lo mismo: la nada. Las palabras son tan solo la fachada de un acontecer lejano a intenciones y propósitos verdaderos, pues las acciones que se siguen de ellas provienen antes bien de patrones elaborados de antemano por una conciencia anónima incapaz de distinguir causas presentes o motivos de transcendencia. El ciudadano de a pie percibe intuitivamente la situación. El complot, lo podríamos llamar, si es que reinase entre los cómplices la suficiente inteligencia como para que fuese algo completamente deliberado. Del mismo modo que aquél apenas comprende el contenido de las ráfagas sobre economía del noticiero, la cháchara del político en las ruedas de prensa, en entrevistas callejeras o en las Cámaras legislativas resuenan como ecos ininteligibles en el espacio lunar. El ciudadano queda excluído de la participación incluso, o empezando por, la comprensión de contenidos básicos que le afectan. Éstos pasan regurgitados por una retorta de, no sabemos ya si malicia, pero sí necedad. La crítica es inexistente; la razón risible; la moralidad una antigualla; la sencillez un atrevimiento inaudito. Por eso debemos denunciar que algunos no comprendemos lo que dice la clase política ni por qué. Que no tocan más que de refilón problemas acuciantes que padecemos todos. Que los aciertos parecen más debidos al azar que a la intención. Que éstos no se deben a la concreción de una medida política, sino a un proceso anónimo que se daría (quizá mejor) sin ellos. Que aunque entendemos que los problemas de gobierno pueden ser a veces muy difíciles y que el error es humano, lo que tenemos ante nosotros es una farsa maldita sin pies ni cabeza. Congreso de los diputados (foto: denetsnuff)