Salar de Uyuni, Bolivia (foto: Tomas Rawski) En lo que a la condición política de sus ciudadanos se refiere, Bolivia es España. Es decir, una monarquía indigenista. La negación institucionalizada de la sociedad civil, la parcelación del Estado y la demagogia son los efectos más visibles de estos regímenes. El gobierno del señor Morales ha tratado de integrar aquello que considera fuente y legitimación de su poder -la multiplicidad étnica y la justicia social- en el texto constitucional como si el Verbo Constituyente pudiera llevar a los pueblos o las virtudes hasta el Cielo estatal. Los padrinos de la patria española incluyeron de la misma manera aquello que era su fuerza, el partidismo, y su legítima perpetuación en el poder prorrateado, las autonomías. Cabe anotar que estos últimos sí consiguieron llevar a las facciones firmantes hasta el Paraíso del Poder. En este paralelismo medio satírico, medio científico, el señor Morales representa la parte menos insana. Al menos, su izquierdismo canónico ha permitido, entre el interminable chaparrón de buenos deseos, que ideas de presidencialismo y sistema uninominal de elección de candidatos asomen tímidamente en el texto. En cambio, el adefesio ibérico del setenta y ocho, blinda la partidocracia. Pero por mucho que lo repita la Constitución boliviana, mencionar a las naciones no es integrarlas en el Estado y, en caso de que así fuera, esto nada tiene que ver con garantizar la libertad política de la ciudadanía. Cualquier constitución que obligue a revisar todo un cartapacio de leyes y reglamentos para conocer hasta dónde consagra la libertad, es malnacida. Y es que las Constituciones que no conducen a la República y la Democracia, no constituyen nada. Intentan imponer, desde la perspectiva del poder pre-establecido que las inspira, una cohesión social que niegan de hecho. Por ese motivo necesitan unir al sencillo esquema de constitución política, el farragoso ladrillo de humanismo normativo y fantasía que suele acompañarlas. Así visto, el porcentaje de síes en los resultados del referendo del pasado domingo no es en absoluto tranquilizador para Bolivia. Si, como parece, indígena proviene del indoeuropeo producir, el indigenismo de las Constituciones que dejan a sus respectivos Estados inconstituidos, hace honor a su tronco semántico: producen servidumbre.