Matemática del cambio (foto: woodleywonderworks) Historias de ayer y hoy La mente es narrativa. O sería mejor decir: la mente narra. Por eso constituye un hito en la historia de la evolución que ella misma se aplicase en comprender los mecanismos de su propio funcionamiento para alcanzar principios universales: pasando por el anodino descubrimiento parmenídeo del Uno, las matemáticas. Que no dejan de ser narración. Aunque se muevan en un dominio abstracto y de perfecta idealidad, las matemáticas son el paradigma de un planteamiento mental aplicable (y aplicado, aunque no se sepa) a todas las ramas del conocer. Cosa distinta a ésta sería el espíritu cientifista de la modernidad, o la voluntad de medirlo todo, de hacerlo todo exterior, dato. Mas el hecho de que la mente pueda liberarse de lo inmediato y empírico, navegar en la abstracción, y descender otra vez al mundo con la seguridad de permanecer conectado con lo que Santayana, siguiendo a Platón, llamó el reino de la esencia, permite que, a pesar de todas las deficiencias y revisiones críticas, podamos desarrollar eso que denominamos ciencia. Aunque, como todo lo natural, lo social está plagado de problemas y márgenes muy amplios de incertidumbre, el ámbito político e institucional es también susceptible de ciencia. El relativismo es aquí la excusa para la inacción. Y la inacción y su correspondiente falta de perspectivas se justifica con relativismo filosófico, que hoy lo inunda casi todo. Es verdad que existieron buenas razones para inyectarlo, pues no podía seguir colando que pasasen por científicamente avalados regímenes de poder o sistemas de pensamiento monolíticos. Pero este estadio pasajero no quita que sea posible determinar, con los parámetros que corresponda, la bondad o perjuicio de determinadas ideas y su aplicación práctica. En algo parecido consiste la tarea del conocer. Ahora bien, comprender que la República Constitucional es una solución cabal a una abundante cantidad de problemas sociales, políticos, económicos, administrativos y legislativos hasta ahora (mal) entendidos como (relativamente) irresolubles, supone repetir el hito de la libertad de la razón con respecto al mito. Sin que ello signifique que renunciemos a contar historias, y sin que las historias mismas dejen de indicarnos dónde debemos aplicarla.