El pasado día 18 de diciembre se reunió en Madrid la denominada Comisión de Coordinación del Consejo General del Poder Judicial, integrada por los once consejeros de Justicia de las Comunidades Autónomas con competencia transferida y el representante del Ministerio de Justicia. El sínodo parajudicial se reunió bajo la presidencia del Presidente del CGPJ D. Carlos Dívar con el fin declarado de tratar “los proyectos a desarrollar en relación con la mejora y modernización de la Administración de Justicia”. A su salida, la consejera catalana Dña. Montserrat Tura declaró satisfecha que tras la salvífica junta, y a resultas de lo tratado y decidido, la Justicia “limpiará su imagen en cuanto los operadores tanto gubernamentales como profesionales, pongan el esfuerzo necesario para que todo sea más inteligible y la celeridad en resolver asuntos sea evidente”. Es difícil decidir qué resulta más obsceno, si trasladar a funcionarios y profesionales la responsabilidad de los males que aquejan a la Administración de Justicia, o la soberbia de los políticos que la controlan creyéndose factótum de su solución mediante el voluntarismo de su sola concomitancia. Y es que, la Sra. Tura debería comenzar reconociendo que la simple existencia del órgano colegiado en que se integra es un atentado directo a la independencia judicial. La limpieza de imagen a la que se refiere la representante política de la generalitat en el CGPJ, será simple lavado de cara mientras el órgano de Gobierno de los Jueces resulte elegido por la clase política y su presupuesto sea determinado por el ejecutivo, ya sea central o autonómico. La higiene democrática es contraria a la indignidad de que el jefe de los jueces y Presidente del Tribunal Supremo presida la asamblea de los mismos políticos a los que se somete, haciendo a la par cumplidas y constantes manifestaciones de independencia. Justicia (foto: elyacare) La Justicia, a pesar de lo dicho por la Sra. Tura, sigue siendo la institución menos valorada por la ciudadanía, que la ve como algo ajeno, intrínseco e inseparado al poder político. Ningún manifiesto la repondrá en su dignidad mientras continúe sometida al doble rasero de la oportunidad y la conveniencia, pues la base de su solemnidad está en el decoro de su independencia.