La necesidad se presentó con ellos ( las masas empobrecidas)…y el resultado fue que el poder del Antiguo Régimen perdió su fuerza, y la nueva república nació sin vida… Fue la necesidad, las necesidades perentorias del pueblo, la que desencadenó el terror y llevó a la tumba a la revolución”. Hannna Arendt.
La cuestión social de los recortes del jefe del partido del PP se impone como tema único, cuando no debería ser así, en una opinión pública española sometida al ciclo de la crisis económica diseñado por la gobernanza monetaria y financiera europea.
Sin embargo, las consecuencias sociales de la política de la partidocracia exigen la respuesta ciudadana de un cambio de régimen político. Es preciso, pues, la conquista social del espacio público para la acción política.
El olvido del espacio público de la política en los debates sobre la crisis revela la puerilización consumada de los intelectuales políticos hispanos. Educados en la mentalidad del desarrollismo franquista, son incapaces de ver la enseñanza primera de los pensadores y pensadoras verdaderamente originales de nuestro tiempo. De las tres dimensiones de la condición humana (labor, trabajo y acción política pública) se limitan a la de sus labores.
Hannah Arendt, víctima en propia persona del totalitarismo, lo explicó con claridad: la verdadera revolución que funda la libertad política es la revolución norteamericana ( 1776).
El poder político no se encuentra en la violencia, sino en el Nosotros propio de la fundación de un orden político libre. De ahí surgió, por tanto, la forma política correspondiente al espacio político y público: la República.
En cambio la manifestación de lo social y sus revoluciones no ha sido otro que el espacio de la Burocracia y la metamorfosis de la nación en concepto político (la nación-estado).
Y es que el estado de partidos es el “tablacho” que detiene e impide la “vita activa” o verdadera acción política de la condición humana. Él obstaculiza una identidad de los ciudadanos basada en la pluralidad y la diferencia, una actuación respecto a las normas que permitan el disenso, y sobre todo: unas formas de vínculos entre los españoles fundamentadas en la solidaridad y amistad.
Continuando el modelo social de la revolución francesa el régimen político de la Transición impone la uniformidad y el conformismo entre unos “ciudadanos” aislados e incapaces de debatir políticamente sus problemas públicos.
La reducción de todo lo público a lo social implica la imposibilidad de la libertad política. El movimiento social hacia la libertad colectiva hace posible la acción política pública y, con ello, la plena condición humana de los españoles.
Fotografía: José Vallina
Antonio Muñoz Ballesta