Jean-Jacques Rousseau (foto: litmuse) Fundamento fantástico Aparte del desgobierno correspondiente a la oscilación pseudo-electiva de los partidos en cualquier nivel del Estado, que debemos atribuir a un sistema electoral ruinoso así como a la falta de una separación de poderes en origen, y aparte de la sistemática aniquilación de cualquier movimiento de la sociedad civil que pueda remotamente encaminarse hacia la construcción de una sociedad política, la partidocracia ha logrado la proeza de fundamentarse en algo tan vacuo y mediocre como el consenso. Puede que me equivoque, pero tengo la impresión de que el consenso al que se alude constantemente, aunque haga referencia a acuerdos secretos entre partidos, en teoría diversos, que aniquilan lo propiamente político, conformando así una única ideología, parte más originalmente de una idea voluntariosa del Estado à la Rousseau, aunque sea más antigua que éste. Hume ya criticaba en sus célebres Ensayos («Sobre el contrato original») la idea de que el gobierno provenga de un contrato o un acuerdo explícito entre sujetos, y ello mediante la simple observación histórica de la guerra, la conquista y la violencia. “Como resulta evidente, no se formó ningún acuerdo para la general sumisión de los muchos al jefe; (…) cada esfuerzo de autoridad por parte del jefe debió ser particular y devenido de las exigencias presentes del cada caso. Su frecuencia produjo gradualmente una aquiescencia habitual, y por tanto precaria, en el pueblo”. La idea de un contrato entre sujetos para la formación del Estado es, pues, utópica, y no tiene el más mínimo fundamento en la realidad histórica. No obstante, da la impresión a menudo de que el discurso partidocrático toma esta idea como base cuando también fuera de las elecciones predica “la libertad de los ciudadanos para decidir” en su régimen, amparándose en una falaz participación, que los propios partidos serían expertos en mediatizar. Antes de Maquiavelo, semejante pensamiento utópico quedaba justificado mediante piruetas metafísicas sin más ánimo que el de unir el monarca a Dios. Pero la salida de la infancia política que cualquier sociedad que se precie de ser “desarrollada” debería haber acometido no puede permitirse más estos vuelos. Como señala Hume en este pasaje, ni el contrato más fantástico explica nuestra generalizada servidumbre voluntaria.