Calle de Praga (foto: Lorrie McClanahan) Funcionarismo apátrida El Estado de Partidos está contra la República porque lo esencial de ésta, la sociedad en acción libre, es sometida a las decisiones del grupo que se instala en el Estado. Está contra la democracia porque el individuo no tiene voz institucional y el Estado se halla inconstituido. El Estado de Partidos está contra la patria porque la única forma solidaria de nación no se encuentra en el patriotismo mejor o peor entendido, sino en el servicio remunerado al Estado. El ciudadano mercenario se une a los demás en campañas concretas orquestadas por la propaganda del gobierno de turno. El patriotismo deja paso al funcionarismo. La pesadilla de Kafka, el Estado convertido en administración inhumana, llegó de arriba. Era el poder arrollador lo que temía la sensibilidad del escritor; fue la facilísima acomodación de los hombres al paso del rodillo lo que lo aterró. Y sin embargo, mientras él, por su condición de poeta y de judío, sufría la inercia de la crueldad absurda, no pudo sospechar que los seres humanos llegarían al extremo de desearla. Comprobó en su carne lo peligroso que puede llegar a ser el patrioterismo, pero pudo al menos centrar sus críticas sobre el bloque social que crea ese sentimiento de pertenencia. Ya no existe tal cosa. La sociedad envilecida por los crímenes de las dictaduras ha vuelto a ser inocente apatridándose y partidándose. El cacareado nacionalismo sentimental, que de ser coherente llevaría de nuevo al fascismo, es en realidad un estatismo oportunista. Si Europa hubiera sentido la necesidad de saltar sobre la patria para liberarse del dolor de la guerra, la unión del continente, una vez caído el muro, habría sido imparable. Pero el proceso choca contra los intereses de las oligarquías estatales y de la iconoclastia popular. La ausencia de libertad es tan enemiga del patriotismo natural como de la unión de las naciones. Mientras, los hombres no necesitan ya el rostro reconocible, moral para ser respetados, que Kafka buscó. La subvención, la providencia que abraza más a quienes más implicados en la administración están, la encriptación de los símbolos y la servidumbre exigen el perfecto anonimato o la fama esperpéntica. El Estado de Partidos es una Monarquía sin rey, una gran corte con boato postmoderno.