Papeletas de los partidos (foto: Luis Carlos Díaz) En vísperas de la insigne efeméride del pacto fundacional de la actual Monarquía, los medios de propaganda no desaprovecharán la oportunidad de recordarnos las bondades del Régimen, esgrimiendo como prueba irrefutable el espectacular cambio, indiscutiblemente para mejor, de la sociedad española desde entonces. Las justas dosis de nostalgia y cotidianidad endulzarán la crónica para inducir una sensación de euforia y orgullo por haber vivido estos treinta años de “La Democracia”, los mejores de la historia de España. Mas precisamente al hacerlo así, lo que inconscientemente evidencian no es otra cosa que una Sociedad que continúa sometida al Estado de forma parecida a como lo estaba con el régimen anterior, solo que ahora con varios partidos en vez de uno. Suele asumirse que un poder monolítico necesita de la rigidez social para poder perpetuarse. Es más, históricamente ha sido así. La libertad, concebida globalmente, puede significar una amenaza. Por eso se reprime. Y lo esencial en ello no es la libertad personal “de”, sino la libertad “con” los demás para llegar a decidir los asuntos colectivos desde la misma sociedad. Y es evidente que tal cosa nunca originó los partidos políticos en España: no fue la libertad política de los españoles lo que fundó estas organizaciones, al contrario, sucedió que el anterior pacto entre los partidos políticos limitó su alcance al refrendo a sus listas. Segregar las libertades individuales, para que su uso y abuso civil encubriera la imposibilidad de utilizarlas políticamente para fundar la vida en común fuera del control del Estado, consensuado previamente por los partidos subvencionados, fue el original mérito indiscutible de la llamada “transición”. El dominio estatal sobre la comunicación social cierra cualquier resquicio a un referente público para la disidencia, a no ser que ésta acepte previamente el pacto constitucional. La ingeniería social del poder añade la selección personal oportuna, con que lo que digan quienes ocupan algún puesto relevante carece de valor, pues solo pueden acceder a él quienes precisamente piensen de la manera conveniente. La promiscua normativa estatal respecto a los derechos y la exhibición pública de transgresores y extravagantes estereotipos de libertad personal resultan inversamente proporcionales a la libertad política de los españoles.