Árboles pelados (foto: masochismtango) Fractalidad y venganza Irregularidades, arrugas por todas partes. Además de demasiadas veces áspera, la Naturaleza es rugosa. Recorrer el perfil de unas ramas de otoño sería tarea imposible hasta para el propio Odiseo si tuviera que husmear en cada recoveco real. La mente encontró protección contra esta indefinición para concebir el mundo a través de un encéfalo que actúa como un ojo. La fisiología de la visión es análoga a la de la del pensamiento. El cerebro es un voyeur que convierte en perfecciones lineales lo que en realidad son miríadas de discontinuas imperfecciones. Y así, la vida es cine. El sentimiento de lo uno debió de florecer cuando pudo verse difusamente algo en el universo inmensamente vacío y para pensarlo en el éter callado como una pantalla, mientras nuestros sentidos nos engañaban, la mente arquetipó y el verbo principió. Desde entonces, siendo más mundano el pensamiento que pensable el mundo, para poder pensar tuvimos que absolutizarnos. Hoy incluso los ciegos ven con la mente y para todos, ciegos o no: oui, le monde c’est moi. La venganza es un sentimiento profundamente literario y cinematográfico. En lo íntimo, la sensación de equilibrio es tan placentera cuando se elimina al asesino que la tentación de llevarla hasta el Estado es invencible para la brutal geometría moral de los espíritus toscos. Se puede comprender que, para estos, su cumplimiento certifique la existencia autónoma de la Justicia en su imagen de estatua divina. Ni una sola rugosidad. Nacionalizar guiado por un afán de venganza hacia el poder y las fechorías acumulados por el capital y sus adláteres, como liberalizar por venganza hacia la represión de la libérrima naturaleza del individuo que supone el Estado, nos convierte en Montecristos desclasados. En picadillo social. Para evitarlo, confiemos en la inteligencia aplicada al diseño institucional. ¿No sugirió Platón que las mujeres de los cargos públicos fueran públicas? Pues eso.