Montesquieu pudo escribir en el prefacio de El Espíritu de las Leyes que no había deducido sus principios de sus prejuicios sino de la naturaleza de las cosas. Los españoles probablemente podamos escribir en el prefacio de nuestras biografías que hemos vivido principios deducidos de prejuicios.   Y uno de los más formidables prejuicios con el que cargan los españoles, desde la cuna a la tumba, es que en  ningún lugar se vive tan  bien  como  en  España. Nada que objetar, si fuera cierto. Lo mismo creen los franceses, los mejicanos, los peruanos o los suizos. Pero si contrastamos el tópico con la realidad, se tambalea la tan traída autoestima del español. Especialmente de todos aquéllos que no han tenido la ocasión de conocer otros lugares del planeta. Porque en ninguna lista de calidad de vida por países figura España. Ni en ninguna de las que supuestamente mide la felicidad de sus habitantes. Existe, ciertamente, una relación directa entre seguridad, posibilidades de elegir entre opciones vitales diversas y calidad material de vida. Criterios que permiten a los daneses, suizos, irlandeses, suecos, noruegos, australianos y canadienses poder presumir. Por respeto a la naturaleza de las cosas, los españoles no podemos decir lo mismo de nuestro país.   Dos hechos, con la fuerza de las evidencias, nos reconcilian con la verdad, y pueden liberarnos de la servidumbre mental de los prejuicios, en honor de Montequieu. El primero. Los españoles, etic, hemos llegado  a ser un  pueblo mal educado, descortés en  nuestras relaciones sociales, seco y adusto, muchas veces antipático y poco  servicial, gritón, impaciente, mal  hablado y peor escrito. Así somos y así somos percibidos por quiénes nos tratan y nos ven desapasionadamente. Es decir, sin previas etiquetas. Y nos ven así desde Hispanoamérica o los países anglosajones, por no decir de los orientales, donde la cortesía en el trato es regla sin excepción. ¿Cuándo perdió el español esta educación? No se sabe. Y la mala educación es síntoma de almas infelices, de almas corruptibles. El segundo: Colombia es el segundo país más feliz del mundo. Aceptemos o no este índice, lo cierto es que rompe con la imagen que de los colombianos tienen quiénes no les han tratado jamás. Es difícil encontrar personas más encantadoras, espíritus más fuertes y emprendedores y resistentes a la frustración que los colombianos. Y más educados. Soy testigo. Y este espíritu tiene mucho que ver con la felicidad que como nación proyectan.   Banderas de España y Colombia

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