Los pilares de la creación Fe humana, verdad moral y libertad colectiva Los seres humanos presentes salimos del pasado y caminamos hacia el futuro junto con el resto de lo existente; incluso cuando estamos dormidos (de hecho, más que estar dormidos, estamos durmiendo o somos durmientes). Lo queramos o no. El suelo del tiempo presente se va deshaciendo bajo nuestros pies y, en ese sentido, no podemos dejar de caminar sobre este mundo; continuamente en tránsito entre lo ya ocurrido (esa nada latiendo en la memoria) y lo pendiente de suceder (esa nada viviendo en la esperanza). Para evitar el vértigo y la explosiva convulsión de un presente en el filo entre dos abismos aparentes, la naturaleza nos ha dotado de la inteligente, apaciguadora y previsora fe humana (que distinguimos aquí de la fe animal a que se refería la descomunal, humilde y sincera inteligencia del filósofo español Jorge Ruiz de Santayana). Esa fe humana se desdobla en una fe retrayente dirigida hacia el pasado (que nos mueve a creer en lo sucedido en nuestra presencia y memorizado verdaderamente) y una fe consecuente proyectada hacia el futuro (que nos anima, con natural presciencia, a creer en lo previsto y esperado sinceramente). Veracidad y sinceridad no son lo mismo. La normal confianza en la fe retrayente nos permite, con voluntad consciente, afirmar las verdades factuales (asumiendo hechos, incluyendo los azarosos) a que nos referíamos en el artículo anterior (16-Junio-2011). Es análogo a lo que debería hacer la Historia (y muy distinto de lo que han hecho las soberbias ideologías). Por su parte, no tanto la confianza como la imperiosa necesidad de la fe consecuente, nos obliga a elaborar conjeturas (instintivamente y a velocidad de vértigo) que continuamente nos anticipan la cambiante situación de las cosas en nuestro acuciante entorno, y en cada instante del movedizo presente, para adaptarnos a ellas en nuestro avance y/o modificarlas si está a nuestro alcance. La fe retrayente, junto con el hábito racional instintivo, nos permite ir describiendo y comprendiendo los hechos del pasado; la fe consecuente nos permite, con aquel mismo hábito, ir prescribiendo comprensivamente el futuro próximo o inmediato. Y la natural razón instintiva nos permite (frente a la artificial razón especulativa), conjugando la fe retrayente con la fe consecuente, reconciliar sencillamente el abismo del ruidoso pasado con el abismo del porvenir silente. Las conjeturas derivadas de la fe consecuente, informadas sabia, natural y lealmente por la fe retrayente, nos proporcionan comprensión previsora de las probables verdades factuales del porvenir inmediato y próximo: las protoverdades naturales. Profetizan un futuro altamente probable, pendientes de que la naturaleza, si continua siendo fiel a sí misma como habitualmente es, las confirme (la futura fe retrayente podrá entonces afirmarlas y asumirlas). Es análogo a lo que debe hacer la Ciencia (y bien distinto de lo que hace la soberbia ideología). Por otra parte, como existe una probabilidad, por exigua que sea, de que las conjeturas no sean confirmadas por la realidad, cualquier natural protoverdad es también una protofalsedad natural (una "contrariedad" o desacierto en nuestras previsiones). Esa irrupción de lo imprevisible en el devenir natural es justamente la que introduce una tensión innovadora que, de hecho, ha permitido el despliegue de la evolución adaptativa de la energía/materia a su propio devenir: aceptando humildemente y superando sabia y pacientemente sus "imperfecciones" (imprevisibles discontinuidades o singularidades). Eso le ha permitido pasar, nada más y nada menos, que desde la oscura frialdad de lo inerte a la luz caliente de la vida inteligente, en un proceso triunfal de auto-ordenación organizativa. El asombroso triunfo de lo cuasi-infinitamente improbable, nos invita a pensar que era necesario todo un universo para la aparición de la vida inteligente en el minúsculo planeta Tierra. Y nos incita a afirmar, junto con Hannah Arendt en La condición humana, que la vida es un milagro. La voluntad consciente sobrevenida a la vida inteligente alumbró en el mundo dos milagros más: la verdad en el terreno moral y la libertad colectiva en el terreno político de lo social. La verdad moral, presidiendo palabras, intenciones y actos propios ante los demás, abre el paso a la libertad colectiva de todos que guie acciones sinceras de compromiso común. Ambas se conjugan racionalmente en el terreno interpersonal de lo político-moral (en situación de reconocimiento mutuo, decisiones compartidas y promesas comprometidas). En compañía, la singularidad que la soledad conoce ansia mostrarse; la verdad que la soledad afirma quiere confirmarse; la libertad que la soledad desea busca realizarse; y las contrariedades e injusticias que perturban el espíritu en soledad y conturban los espíritus en compañía, pueden asumirse y superarse (con humilde y paciente sabiduría). La verdad confirmada entre personas primero, y la innovadora libertad colectiva de todos después (ambas siempre cooperativas en ese orden), conjugadas conscientemente por la razón (natural, histórica y científica), han permitido y permiten, fomentándolos, tanto el progreso político-moral at que la humanidad tiende (por natural devoción a la verdad, la libertad y la justicia) como el progreso material que la humanidad desea (por ambición natural de conocimiento veraz y de libertad material entendida como contranecesidad; junto con la libertad de la ambición personal —allá cada cual que quiera entrar en ese laberinto-). Sólo esa racional conjunción entre verdad y libertad reconcilia el pasado con el futuro, intermediados por un presente comprometido con ambos que reduce lo imprevisible del porvenir y está preparado para asumir y superar lo imprevisible que el porvenir nos depara; un porvenir que esa conjunción humaniza y tiende a perfeccionar, en justicia y libertad. El universo entero se convierte, entonces, en la mejor metáfora parabólica de nosotros mismos. Y se comprende, entonces, que los adjetivos del título del presente artículo sean, en realidad, epítetos tautológicos.