Queen – Stormtroopers in Stilettos (foto: simononly) Estirpe de vasallos En el siglo XVIII Boulainvilliers fundamenta el feudalismo negando la homogeneidad de Francia puesto que la nobleza se remontaría a la invasión germánica, es decir, a los francos, mientras que la masa del pueblo pertenecería a los subyugados, a los siervos de los conquistadores: “Los verdaderos franceses son los hijos de los hombres libres; los antiguos esclavos y todas las razas empleadas igualmente en el trabajo por sus señores, son los padres del tercer estado”. Montesquieu vio en la doctrina de Boulainvilliers “una conspiración contra el tercer estado”, pero Gobineau la retomaría para justificar las pretensiones de la nobleza francesa. El autor del “Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas” estaba obsesionado con la etimología de “ario” según la cual este término significaba “honorable”: “El honor y la dignidad personal los poseemos tan sólo como prenda de un señorío más alto: de la raza, que es el verdadero soberano”. ¿Cómo no se iban a sentir los nacionalistas alemanes fascinados por la superioridad racial que la divinización de la sangre aria establecía? Lo cierto es que la sangre real, las nobles cunas, las estirpes de pura cepa, los rancios abolengos, siguen ejerciendo un influjo avasallador, un embobamiento masivo. Pero el aggiornamiento de la monarquía y de la aristocracia no sólo permite que se concedan títulos de nobleza a los nuevos ricos y a los arribistas más tenaces (¿tiene ya don Pedro J. un marquesado?) sino que también alcanza a las familias de clase media que también pueden concebir esperanzas de cuento de hadas. Kate ha unido su destino a Guillermo y a los Windsor, y una mayoría de ingleses y de millones de cautivados espectadores del arcaico ritual, desean que Catalina no sea tan desgraciada como Diana y que Elton John no tenga que cantar con infinita cursilería. Doña Letizia, sin embargo, no consigue arrebatar a Belén Esteban su condición de “princesa del pueblo”. Incluso muchos estadounidenses sienten una especie de comezón por no disponer de “realeza”. Con los Kennedy no basta. Pero lo que ha obsesionado a la clase media norteamericana es el toque de distinción social que han apreciado en los acaudalados hombres de éxito: con las lecciones de piano a domicilio, las madres querían dar a sus retoños una “educación refinada”, algo que estaba reservado a la clase dominante y que poco a poco llegó a convertirse en una “conquista” de la middle class. Este esnobismo fue diluyéndose con el nacimiento y el apogeo de la música rock. En fin, God Save the Queen, es decir, a Freddie Mercury.