Pirate day (foto: deadheaduk) Estado de piratas La última tierra sin Estado no es tierra, es océano. Cuando una tierra queda sin jerarquía, sin Estado, se hace líquida y cualquiera puede poseerla de un solo sorbo. Los imperios lo hacen como leones: devorando y ocupando el vacío de poder; las naciones desimperiadas lo hacen como chacales, rapiñando para volver después a la seguridad del hogar. La mar se traga la Historia. El mar es la cloaca de los Estados y quien trabaja sin Estado en la cloaca del fin de la civilización es una rata marina, es un pirata somalí. Ellos, los piratas sin Estado, son menos que el delincuente común y menos que el prisionero de guerra, menos que un condenado a muerte, menos que el excomulgado, infinitamente menos que los desterrados. Un pirata negro sin patente de corso es menos que nada, es un niño con genitales de hombre en tierra extraña… pero, al menos, al pirata sin Estado le queda la gloria de morir por su macarrónico señor, por el clan, morir grotescamente microfascista y enganchado a la cocaína y la GameBoy. Morir sin darse cuenta a manos de cualquier tropa otanesca y hacerlo retrasado histórico, pero actor avanzado; amputado de la sociedad, de la civilización, pero dueño de su animalidad y de su propio nombre. Nosotros, piratas de Estado, como lo es cualquier ser humano enrolado en una sociedad no tribal dirigida por personas e instituciones sin control, sólo podemos anhelar íntimamente que, por pura casualidad o por providencial compasión -también de Estado-, el Gobierno actúe como nosotros mismos lo haríamos. Nuestros objetivos cambian conforme las modas van sustituyendo unos espantajos televisivos por otros. Es tiempo de odiar a los piratas y los tertulianos-periodistas-filósofos, incluidos aquellos que fueron azote del felipismo, afirman que los fondos reservados deberían “utilizarse bien por una vez”. Quieren que el engaño de Estado, la tecnología militar y la furia de Occidente caigan sobre los piratas sin tierra. Dicen que debemos anhelar un final más que feliz, eficaz. Un final sin cuestionamientos ahora y con preguntas hipócritas después; dicen que nuestros nombres se encuentran identificados con la muerte de delincuentes comunes convertidos en archienemigos de España por orden de los morbogénicos editores de opinión. Así que gritemos, ¡gritad, canalla!: ¡guerra a los piratas!, ¡justicia allá, allá, donde no hay Estado, sino mar!