Orense (fotografía: Óscar) Equilibristas celestiales Don Roberto García Calvo ha muerto con una lex scripta aprendida de memoria en la mano derecha porque era magistrado y una espada de fuego en la izquierda, lex tradita, porque era comisario político. Matando, desde su puesto de caza, defendía bravamente los intereses de sus superiores jerárquicos del Partido Popular cuando decidió dejar la batalla en el cielo que son los altos tribunales españoles. Aunque algunos medios de comunicación le pasan la factura debida al enemigo al recordar su pasado franquista, la mayoría elogia su valía profesional y entrega; pero todos ellos, junto al resto de arcángeles que fueron compañeros del fallecido, una pluralísima variedad de asociaciones y los habituales analistas políticos, coinciden en señalar que su desaparición genera un desequilibrio en el Tribunal Constitucional.   ¿Un desequilibrio?… ¿de qué tipo? Técnico o moral no puede ser, pues estos campos sólo admiten los felizmente desequilibrados criterios que aprecian lo correcto o lo bueno. Quizá ideológico; pero, si don Roberto fue buen jurista y buena persona sin duda antepuso, como el resto de componentes de la institución, los criterios recién citados a la vehemencia ideológica. Entonces, ¿hablan de desequilibrio político? Aciertan más de lo que quieren creer.   No tiene la menor importancia cuál fuese la competencia jurídica del señor García, la alabanza que de él realizan es una elegía a la poltrona. No existe el menor miedo al desequilibrio si todo fue dispuesto para que la pugna por el poder se convirtiera en relevo. Donde no hay equilibrio político en el Estado (separación de poderes), es necesario equilibrismo institucional, es decir, reparto de cargos públicos. Y donde hay equilibrismo, que es un respingo ergonómico para mantenerse en el lugar que se ocupa, no hay justicia; los jueces van y vienen mientras ella permanece enterrada. El equilibrio al que aspiran los oligófilos es inoperante, indecoroso e inmoral.

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