Al Jolson en la guerra de Corea (foto: US Army Korea- IMCOM) Ennoblecimiento de la guerra Todas las guerras pueden ser explicadas “a posteriori” por causas económicas. En muy pocas, salvo en las guerras primitivas, se tiene conciencia de la naturaleza económica del conflicto, al modo como la tuvo, por ejemplo, la guerra del opio contra China. Los motivos bélicos de los pueblos primitivos eran de primera mano. Capturar alimentos, cautivar hembras y esclavos, captar nuevas guaridas. Se guerreaba también por una ofensa, pero realmente se ofendía para guerrear. La psicología era tributaria de la economía. Con el nacimiento de la Historia y del Estado, los motivos de guerra son espiritualizados. No importa que el materialismo histórico haya reducido el fenómeno a mera apariencia ideológica. Lo decisivo, a efectos morales, es la idea por la que los hombres creen que se matan. Admitir que entramos en combate por una razón puramente económica, por algo que necesitamos tanto como el petróleo, nos retrotrae a la guerra predadora de las hormigas. Pero poner adjetivos a la guerra es la manera genuina de justificarla. Cada bando beligerante trata de imponer, a una sola sustancia destructiva, su particular apelativo de grandeza. Cuestión de perspectiva: una misma guerra será ofensiva o de conquista, para los unos, y defensiva o de resistencia, para los otros. La época teológica dio carta de nobleza a la “guerra santa”. Caudillos que sacralizan su causa bélica para impregnar de fanatismo religioso a los soldados y de solidaridad partidista a los pueblos cristianos o islámicos. La época humanista trasladó la nobleza del combate a la “guerra justa”. Hasta que Molina la desvirtuó porque podría ser invocada, como tal, por ambos contendientes. La época moderna consagró la “guerra de independencia”. Esta denominación ha descrito la emergencia nacional, en las revoluciones liberales, y la “guerra de liberación” en el proceso descolonizador. Y en las últimas décadas asistimos al ennoblecimiento de la guerra con su bautismo “legal” a través de los oficios de la ONU. Así, los enfrentamientos en el Golfo Pérsico constituyen guerras de derecho positivo, de orden público interior, como las emprendidas por la Policía contra mafiosos y terroristas, contra los que se sitúan al margen de la ley, dotándose de armamento porque no reconocen al Estado su monopolio de la violencia. La invasión de Panamá, contra el “narcotráfico de Estado” esbozó el nuevo perfil de la guerra legal que después se declaró contra el “terrorismo de Estado”. Pero si una nación preponderante no está organizada en Estado Unido del Mundo, y no trata a los demás pueblos con el mismo respeto que al suyo, la guerra sigue siendo ilegal, por razón de perspectiva, para la otra parte de la humanidad.