Caja vacía (foto: h.koppdelaney) Energía reaccionaria En su continuidad histórica, todo nuevo orden político es reaccionario —en el significado literal de reacción a lo anterior, no referido al tradicionalismo— o, al menos, debe parecerlo. En la cosa humana, la Tercera ley de la Dinámica se cumple así con exactitud en el sentido contrario de la fuerza, aunque las intensidades sean difíciles de determinar.   Antaño, los poderosos dedicaban tiempo y recursos en reprimir, y llegado el caso hasta en eliminar, a sus opositores. Estas pugnas solían decantarse a favor de los primeros, de tal manera que los segundos tuvieron que traspasar la mera querella personal para apelar a un cambio en el sistema de gobierno. Al final, de manera más ficticia que real, se erigió la barrera de la mayoría como razón legitimadora de aquel. Sin embargo, y aunque sea tosca desde un punto de vista intelectual, por abundante y barata, resulta un despilfarro obviar las acumulaciones de energía reaccionaria. ¿Acaso no habría alguna manera de engendrarla y canalizarla a voluntad?   Hoy en día, aun extinta la Guerra Fría que lo engendró, en la época del reciclaje y la sostenibilidad, la maquinaria del Estado de Partidos, obra de ingeniería de la sumisión, se alza impertérrita nutriéndose de su propio fracaso. El secreto está en lograr, por unanimidad en la controlada construcción social de la realidad política, que la energía reaccionaria se disipe realimentando el sistema. No debe permitirse que aparezca públicamente una alternativa capaz de condensar el desencanto.   En España, la actual Monarquía se vistió con el aparente traje de la reacción: varios partidos frente a partido único, variedad de expresión frente a discurso unitario, destape frente a censura… Luego, durante todos estos años, el poder ha sido de los mismos y la política sustancialmente una; y casi nadie se ha dado cuenta. La energía reaccionaria ha sido polarizada contra el otro partido y absorbida por el Régimen mediante el voto. Si usted está disconforme con lo que hay, o si su ruina material le permite ahora contemplar el vacío moral que envuelve nuestra existencia colectiva, ya sabe lo que debe de hacer.

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