En el Círculo de Bellas Artes de Madrid una multitud rinde culto a esa religión nacional que es el Quijote. Cada uno de los devotos lee unas líneas de la inmortal obra cervantina. Los duques o poderosos de nuestros días no dejan de acudir a la ceremonia, aunque después, como Rajoy, declaren cometer pecados de lesa literatura: ser ávidos consumidores de productos de la industria cultural, como los de Ruiz Zafón o las novelas históricas o de caballería actuales.   Ejemplar de El Quijote (foto: Felipe Miguel) Los regeneracionistas, en su iluso empeño por recuperar las raíces propias para superar los “males de la patria” reivindicaron el quijotismo, y el mismo Ortega afirmaba que en la lucha de Don Quijote se podía observar una parábola de los españoles. Sin embargo, la cascada de interpretaciones que ha generado ese libro único, no apaga el canto a la libertad y la dignidad del hombre que late en sus páginas.   El tesón, la voluntad de no dejarse llevar, la máxima renacentista de que los hombres no deben abandonarse nunca a pesar de la fortuna o la aflicción en la que se encuentren, están reflejadas en estas líneas: “Bien podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será imposible”. Lo que nos distingue del resto de animales es la libertad “uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos” y su carencia nos aleja de la condición humana “el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”.   La desobediencia a las leyes injustas y la necesidad de rebelarse contra un orden de cosas corrupto o una autoridad ilegítima, se aprecian en las palabras que pronuncia Don Quijote antes de liberar a aquellos galeotes que, a la postre, resultaron tan desagradecidos “y que podría ser el poco ánimo que aquél tuvo en el tormento, la falta de dinero déste, el poco favor del otro, y finalmente, el torcido juicio del juez, hubiese sido causa de vuestra perdición; y de no haber salido con la justicia que de vuestra parte teníades”.   Este libro, patrimonio de la humanidad, recoge la lengua, el paisaje, el sentido común, la historia de los españoles. Su protagonista suscita una entrañable piedad, semejante a la que se siente por la tierra de nuestros antepasados. De su lectura emerge la conciencia de la unidad nacional y la inconsciencia de su negación.

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