La contracción de la producción, la comercialización y el consumo de bienes y servicios ha evidenciado que la crisis está aun en su punto álgido y sus secuelas dañinas se maximizan paralelamente a medida que las supuestas actuaciones anticíclicas de los agentes políticos y económicos a nivel nacional e internacional se van aplicando irremisiblemente. No obstante, es paradójico al menos, que a la vez que el FMI, Bruselas, OCDE y otras instituciones político-económicas informan muy alertados sobre el empobrecimiento continuado de los estratos sociales más humildes de los países de la UE a tenor que la recesión se profundiza y alarga, estos mismos organismos, induzcan a administrar medidas de contracción del gasto y obliguen a los gobiernos sí o sí a reestructurar sus economías de modo cuadriculado y a toda velocidad por la presión del gobierno alemán y la acción psicópata de los voraces mercados. Por tanto, la incoherencia en este sentido es absoluta, puesto que resulta que con las disposiciones anticrisis adoptadas en los últimos cuatro años la crisis no ha cedido un ápice y los problemas bancarios y de deuda soberana siguen en la misma línea roja.
A contracorriente, la percepción de muchos es que el contexto de crisis está sirviendo de coartada a la gobernanza económica mundial para operar la avalancha de austeridad y reformas de corte capitalista, y que seguramente, estas normas nos arrastrarán aun más hacia el empobrecimiento social. Pero quizás, para los poderes económicos y financieros el impulso de estas políticas, presentadas como soluciones imprescindibles e infalibles, pueda suponer una oportunidad única para imponer un modelo económico que mayoritariamente solo satisface sus intereses. Globalmente, todas estas decisiones están enfocadas hacia el cumplimiento de un paradigma económico que solo persigue los beneficios estratosféricos, de manera que para conseguir dicho objetivo se ha de sacrificar un modelo social solidario e imponer otro en el que las capas asalariadas de la población pierden poder adquisitivo y seguridad laboral para que las empresas puedan competir con las economías emergentes y ganar consumidores a nivel internacional. Aquí en nuestro país, la batería de directrices adoptadas por el ejecutivo de Rajoy, imitan este manual ultracapitalista y marcan la hoja de ruta de un programa general de empobrecimiento al que denominan programa de austeridad y estabilización macro-económica. La Reforma Laboral y los Presupuestos 2012 son prueba tangible de que este gobierno está convencido ideológicamente de que para que la economía de mercado funcione correctamente es imperativo estructurarla política y económicamente en sentido piramidal, es decir, que las élites políticas y económicas gobiernen sin obstáculos de resistencia los destinos de los habitantes y estos se adapten a malvivir en un entorno social precario. Y para ello, la política del decretazo se antoja como el medio más capaz de allanar el camino al mundo empresarial en su búsqueda de beneficios infinitos que después no revierten en la mejora social, sino que por el contrario, todo este dinero es el que engorda los oprobiosos emolumentos de los directivos y hace intocables a los paraísos fiscales.
Si el fundamento real de la crisis se halla en la escasa capacidad de consumo de la mayoría de la población, víctima del endeudamiento masivo, los bajos salarios y el desempleo, es incomprensible que los tecnócratas bruselenses y españoles sigan obcecados en profundizar la regresión con sus preceptos de austeridad. La austeridad debe ser una opción, pero no la única. Existen alternativas factibles y han de ser examinadas para extraer su potencial, lo contrario es un suicidio colectivo o el interés de una economía corporativa dirigida por una plutocracia que hace negocios en un coto privado global.
Los graves impactos que puede causar en la estructura social la pertinaz sobriedad, la flexibilidad laboral y la merma reivindcativa que contienen las políticas anunciadas estos días en nuestro país, han sido poco evaluados y meditados, ya que tornan la movilidad social en sentido descendente, confirmando así un cuadro social dramático. Por un lado, una masa cuantiosa de pobres estructurales que jamás saldrán de ese estado; por el otro, agregamos a la estructura otra masa social de nuevos pobres que provienen de la clase media en descomposición, creando un bucle vertical hacia el empobrecimiento económico, social, educativo e identitario, que de no ser frenado y corregido acarreará seguros conflictos sociales que serán el germen de ideas populistas y radicales en un medio plazo dentro de un contexto de miseria, insalubridad, analfabetismo y violencia que a la larga atomizará a la sociedad con las consecuencias impredecibles que ello comporta.
Luis Fernando López Silva