¿Qué es más relevante para decidir quién debe ser el presidente de la nación más poderosa de la Tierra? ¿Una expresión machista, soez y vulgar pronunciada ante un grupo de amiguetes hace 11 años o los correos —revelados por WikiLeaks— en los que Hillary dice una cosa en público y la contraria en privado, como los dirigidos a las élites de Wall Street, de quienes ha recibido más de 30 millones de dólares por conferencias en los últimos tres años, a los que aseguró defender sus intereses “por encima de los de fuera” —el pueblo norteamericano— o la desastrosa Primavera Árabe que ha sumido a Libia, a Siria y a Irak en el caos absoluto, creado el ISIS y apoyado a Al Nusra, el grupo terrorista de Al Qaeda? Para el ‘New York Times’, el ‘Washington Post’, la CNN, la CNBC y todos los medios al servicio de las élites que ostentan el poder, lo único importante es lo primero. El resto lo ocultan.
Como también han ocultado el hecho gravísimo y denunciado el pasado día 8 por el ministro de Exteriores alemán, Frank-Walter Steinmeier, alertando de que la confrontación entre EEUU y Rusia es hoy más peligrosa que durante la Guerra Fría. En concreto, afirmó que “la intervención de Rusia en Siria y la congelada, pero aún peligrosa, confrontación sobre Ucrania puede acabar en un enfrentamiento militar entre EEUU y Rusia”, algo que podría tener consecuencias catastróficas. La belicista Hillary Clinton, para quien no hay país en el que no esté dispuesta a intervenir, empieza a hacer saltar todas las alarmas ante las graves tensiones que Obama ha desencadenado en Siria, y el sábado se ha sabido que la CIA está preparando un ciberataque a Rusia en “represalia por su interferencia en las elecciones presidenciales”. Esta es una escalada que solo Trump sería capaz de eliminar, llegando a un acuerdo con Putin y desmantelando la OTAN como ha prometido.
Sin embargo, el que haya cuatro señoras que afirman que Trump les tocó el culo es lo único que destacan los medios. “Hillary ganará en voto femenino blanco e hispano, arrasará en voto afroamericano y perderá en el masculino blanco”, me aseguraban el viernes las personas del equipo de campaña de Trump. Que el ‘establishment’, con Clinton a la cabeza, se alce con la victoria el próximo 8 de noviembre, es la opción más probable. La mayoría de encuestas recientes la dan vencedora, una media del 44,4% Clinton y 39,1% Trump, con solo una excepción importante: los prestigiosos Rasmussen Reports dan 41% a Clinton y 43% a Trump. Pero hay una segunda derivada, su equipo de campaña me asegura que Trump no se marchará aunque pierda. Volverá a intentar la reelección, porque ni él ni los valores que defiende van a desaparecer. La brecha existente entre la élites que se apropian del grueso de la riqueza creada y el pueblo no cesa de crecer, y la historia demuestra que eso no puede mantenerse indefinidamente.
La causa del pueblo frente el ‘establishment’
El fenómeno Trump no es nuevo en los EEUU. A finales de siglo XIX, William J. Bryan, candidato por el Partido Demócrata, un ‘populista de derechas’ en términos actuales igual que Trump, se presentó y perdió tres veces las elecciones frente al ‘establishment’ —1896, 1900 y 1908—, aunque su popularidad era tal que el partido le siguió nominando a pesar de sus derrotas. Bryan se enfrentó al gran capitalismo e influyó decisivamente para que el Partido Demócrata abandonase los principios del liberalismo económico, que beneficia escandalosamente a los poderosos en detrimento de la clase media y la clase trabajadora, y a favor del intervencionismo del Estado, se mostró también beligerante para implantar restricciones migratorias (¿les suena?).
En 1901, el asesinato del presidente McKinley convirtió en presidente a Theodore Roosevelt —era el vicepresidente—, otro ‘populista de derechas’, aunque logró la reelección en 1904. Fue el primer triunfo del ‘pueblo’ contra el ‘establishmnet’, entendiendo por tal las élites y la gente bien colocada. Roosevelt fue manifiestamente hostil hacia los grandes grupos empresariales y responsable de las leyes antimonopolio que acabaron con la todopoderosa Standard Oil de Rockefeller, con el imperio financiero de JP Morgan, o el industrial de Carnegie o Mellon.
Otro gran presidente de los EEUU, el general Dwight D. Eisenhower, un conservador nada populista pero un gran demócrata y un gran patriota, en su discurso de despedida al terminar su mandato en enero de 1961, afirmaría proféticamente: “Un inmenso sistema militar y una poderosa industria armamentística es algo nuevo para EEUU. Su influencia total económica y política es aplastante, por lo que debemos estar alerta contra el desarrollo de influencias indebidas del complejo militar-industrial. Existen y existirán circunstancias que harán posible que surjan poderes en lugares indebidos, con efectos desastrosos”. Hoy, estas circunstancias son más visibles que nunca, habiendo convertido la actual campaña electoral en la más agria y sucia de la historia. Hillary, “una malvada conocida”, en palabras del antiguo jefe de la oficina presupuestaria de Reagan, probablemente gane a un “torpe desconocido”.
Torpe, como me harté de explicar a su equipo de campaña. ¿Qué necesidad tenía de enfatizar hasta el paroxismo lo del muro en la frontera con México?, ¿qué necesidad de descalificar a los inmigrantes hispanos? Me daban la razón, pero “Donald es como es y nada va a hacerle cambiar”, me decían. Tengo que decir, sin embargo, que no entiendo en absoluto el voto afroamericano donde Clinton va a arrasar. El mensaje de Trump a este colectivo era indiscutible, “los demócratas os llevan engañando toda la vida, la policía os mata en las calles, cada vez sois más pobres, yo voy a cambiar ese estado de cosas”, pero van a votar más de lo mismo, ¡que lo disfruten! Como en España, la clase media y trabajadora a quienes va a aplastar a impuestos el nuevo Gobierno votan a su propia ruina en lugar de abstenerse. O Carmena, cuya incompetencia solo es superada por su odio sectario, que ha convertido Madrid en la capital más sucia de Europa, va a subirnos el IBI, poner un impuesto a la utilización de cajeros y sobre todo lo que se le ocurra.
Como explica el GEES (Grupo de Estudios Estratégicos), el ‘think tank’ más antiguo de España, solo hay una pregunta relevante para las elecciones norteamericanas y para la sucesión de elecciones en Europa en 2017 —Holanda, Francia, Alemania…—. ¿Queremos seguir como estamos o no? ¿Queremos que un 1% de la población se siga llevando el 90% de la riqueza? ¿Queremos seguir como en España con el infierno fiscal a que se ha sometido a la clase media y la clase trabajadora y que irá a peor, para mantener un modelo de Estado infinanciable y corrupto hasta la médula? La arbitrariedad se ha convertido en la segunda naturaleza de los estados burocratizados que nos gobiernan, vestido invariablemente como la solución técnica correcta —la única posible que dice Mariano—, y donde el poder es visto como un fin en sí mismo. Si no que se lo pregunten a Rajoy y también a Sánchez, dispuesto a traicionar a España y a los españoles sin límite alguno.
Lo que se decide el 8-N
Antes de entrar a explicar lo que se decide en EEUU el 8-N, y que afectará al mundo entero —España incluida—, es conveniente que entiendan el mecanismo de elección de presidente en los EEUU. La mayoría de la gente piensa que la elección se realiza mediante el voto directo de los electores, y quien saque más votos es quien resulta elegido presidente, pero no es así, sino que el ganador se dirime por sufragio indirecto a través de los votos de los colegios electorales, que disponen de 538 compromisarios, lo que significa que para ser elegido presidente se necesitan los votos de al menos 270 compromisarios. Un candidato puede ganar en votos populares pero perder en compromisarios, con lo cual no sería elegido presidente. Históricamente, esto ha ocurrido en cuatro ocasiones. Veamos por qué.
Cada estado tiene un número de compromisarios. Así, California tiene 55; Texas, 38; Florida, 29, etc. La clave está en que los compromisarios de cada estado van en bloque a solo un candidato, todos se los lleva el partido más votado y no hay nada para el segundo, ‘the winner takes all’. Imaginemos Florida, si el partido demócrata saca cuatro millones de votos y el republicano 3.999.999, los compromisarios no se reparten proporcionalmenteen , son todos para el ganador, en este caso los 29 para el partido demócrata. Dado que en muchos estados el voto tradicionalmente mayoritario es a un partido (California vota demócrata o Texas republicano), la presidencia se juega en unos nueve estados, donde la mayoría de voto popular puede ir a uno u otro, son los denominados ‘swinging states’, los cuales lógicamente son los objetivos primordiales de los candidatos.
Según el ‘Financial Times’ del sábado, Hillary Clinton tenía seguros 256 votos electorales de los 270 necesarios para llegar a la Casa Blanca y Trump 181, con 101 pendientes de los nueve ‘swinger states’ que pueden decantarse a cualquier lado, pero donde la mayoría parece inclinarse por Clinton. Fíjense el detalle de dos de los más importantes: Carolina del Norte (CN) y Ohio (OH). Hombres: CN Trump 48%, Clinton 40%; OH Trump 52%, Clinton 38%. Mujeres: CN Clinton 55%, Trump 39%; OH Clinton 51%, Trump 39%. Blancos: CN Trump 55%, Clinton 36%; OH Trump 52%, Clinton 38%. Afroamericanos: CN Clinton 89%, Trump 4%; OH Clinton 91%, Trump 4%. Las mujeres, y sobre todo los afroamericanos en forma aplastante —parece que no en vano los Obama se han volcado a favor de Hillary—, darán la victoria a Clinton, y todo ello a pesar de decir que los latinos son “unos muertos de hambre”, los católicos “unos obsoletos sin cerebro” o los sureños “unos paletos”.
Y, sin embargo, lo que se decide está muy claro: Trump, que es el candidato ‘antiestablisment’, propugna, como Reino Unido y los países del Este, una restricción máxima de la inmigración. Cortar de raíz los aspectos más desfavorables de la globalización sobre las deslocalización de empresas y sobre el empleo, y propone para ello denunciar los tratados comerciales en vigor e imponer aranceles de entrada a los productos de países como China, que están utilizando la manipulación de los tipos de cambio para realizar una competencia desleal. Reducir la presión fiscal a la clase media y a la clase trabajadora —actualmente, la presión fiscal a estos colectivos en EEUU es la mitad que en España—, que se reducirían a la tercera parte. Reducción del gasto militar, que es el mayor del mundo —600.000 millones de dólares, siete veces más que el de Rusia, o más del doble que los de Rusia y China juntos—, algo que el complejo militar industrial no está dispuesto a aceptar.
Clinton es la continuidad, solo que a peor. Que todo siga igual, empezando por el reparto de la riqueza, de forma que el 1% de la población siga adueñándose del 90% de la misma, que se incremente el gasto militar, para lo que están fomentando sin ambages el enfrentamiento con Rusia para justificarlo, así como el mantener la inestabilidad permanente en Oriente Medio, donde EEUU es el suministrador principal de armas. Irak incrementó su gasto en defensa un 500% entre 2006 y 2015, y Arabia Saudí, con un presupuesto de defensa de 87.000 millones de euros, tiene el tercer gasto en defensa del mundo. Hillary y sus protectores no tienen el menor interés en resolver los enfrentamientos mundiales o acabar con el Estado Islámico —Arabia Saudí y Qatar, los grandes financiadores del ISIS, han hecho donaciones millonarias para su campaña—, antes al contrario, les interesa estimularlos para impulsar las ventas de armas. ¡Que dios nos coja confesados! Aunque, eso sí, Wall Street pegará un subidón en noviembre y diciembre.