Manhattan Tea Party (foto: ajagendorf25) El Tea Party Tenemos la mala costumbre de juzgar las cosas de acuerdo con criterios que no se corresponden con la realidad analizada. Algo así sucede cuando lo europeos juzgan eventos políticos de los EE.UU. La situación política al otro lado del Atlántico es tan diferente de la nuestra que incluso la tradicional etiqueta derecha/izquierda, ya de por sí cuestionable en tantos sentidos (sobre todo cuando con ella se intenta explicar una realidad política compleja), pierden todo valor de referencia cuando las utilizamos aplicando nuestro criterio a la realidad política estadounidense. En los últimos días, a tenor de lo sucedido en las elecciones legislativas de EE.UU. y del posible papel que ha jugado el Tea Party en su desenlace, tenemos un ejemplo perfecto de ello. Aunque existen algunas coincidencias básicas de criterio ideológico entre la izquierda y la derecha a uno y otro lado del Atlántico, lo cierto es que los progresistas europeos parecen estar incapacitados para hacer una evaluación de lo que supone el Tea Party acorde con lo real. El Tea Party, para empezar, no es ningún conjunto homogéneo, como pueda ser un partido de ultraderecha europeo, con los que erróneamente se les compara. A pesar de su nombre, el Tea Party no es tampoco un partido político, mucho menos tal como se entiende en la Europa de Estados de Partido. Casi cabría traducirlo mejor como fiesta o algarabía. Se trata más bien de un movimiento civil que encuentra resonancias en ciertos rincones del Partido Republicano, pero que ni remotamente sigue su programa a pies juntillas. Su ideología social tiende al conservadurismo, pero conservadurismo en EE.UU significa conservar tradiciones que en Europa a menudo corresponden con un modelo liberal, cuando no progresista. La renuncia y la crítica de la guerra de Irak por parte de algunos libertarios asociados al Tea Party es un ejemplo evidente, que para la hipócrita progresía europea no puede dejar de ser chocante. El libertario es un espécimen inexistente en Europa. La conservación de la tradición estadounidense supone grados de libertad que en Europa ni se conciben. Su filosofía de Estado tiende a la minimalización (de ahí su protesta y su enfrentamiento con Obama), pero, al igual que el propio Obama, se anclan en una tradición constitucionalista y democrática que ya quisiéramos ver por el forro en una Europa desgajada por la corrupción institucional.