Hay hombres que pasan de puntillas por la vida, sin que siquiera el eco de sus pasos o la brisa que desplazan perdure tras ellos. Hay otros en cambio que abren camino y dejan surco.
Hay personas que al irse nos dejan su esencia, que no se difumina con el paso del tiempo. Que dejan para la posteridad un legado precioso, vivo, fundamental. Dejan lucha y dejan pensamiento. Arraigan en nuestra mente y nuestro corazón para así perdurar y trascender. Lo que no dejan es indiferencia.
Son personas que en vida han sido amadas u odiadas, pero no ignoradas, porque brillan. Y esa luz interior es como un faro del cual sólo tenemos que seguir la estela para llegar a buen puerto.
Y animados por ese resplandor que les nace de lo más hondo avanzan pisando fuerte con honradez y valentía, soportando tempestades, pero sin perder nunca el rumbo; el cruzarse con alguien así sólo lleva a dos caminos: el de la ceguera o el de la clarividencia.
No pierden el buen humor, y cuando el peso de los años les aplasta saben seguir adelante con resignación, humildad, resiliencia.
Han sabido vivir, y saben también morir, que no es fácil. Y cuando despedimos a quien ha luchado, a quien ha vivido no como espectador sino como protagonista de su propia existencia, con honor, con lealtad, a quien ha cumplido un ciclo, y nos ha marcado una senda, tenemos que honrarles y honrar su memoria. Atesorar sus palabras y su ejemplo. Y seguir adelante, siempre adelante… No podemos entristecernos pensando en el vacío que dejan.
No reinará la oscuridad aunque parezca que su luz se apaga.
«Podéis llorar porque me he ido, o podéis sonreír porque he vivido. Podéis cerrar los ojos y rezar para que vuelva o podéis abrirlos y ver todo lo que os he dejado. Vuestro corazón puede estar vacío porque no me podéis ver o puede estar lleno del amor que compartimos. Podéis llorar, cerrar la mente, sentir el vacío y dar la espalda, o podéis hacer lo que me gustaría: sonreír, abrir los ojos, amar y seguir».
Descansa en paz, imprescindible. Héroe.