La potencia de lo sentimental es directamente proporcional a la ausencia de libertad política en la acción pública del Estado de poderes inseparados. De la misma forma que la imposibilidad del noble desarrollo social en lo público de los más capaces, convierte la esfera íntima de lo profesional en refugio último de la dignidad personal, los sentimientos gregarios más básicos e irracionales encuentran coherente vía de expresión política en el Estado de partidos. Las reivindicaciones nacionalistas priorizan con la misma exigencia la introducción de vocales de su facción en el CGPJ y el reconocimiento oficial de las selecciones deportivas autonómicas como cuestiones esenciales de su menú electoral. Y la sanción a un club de fútbol español por la UEFA consigue la “unidad de los demócratas” contra el órgano deportivo internacional con la más enérgica protesta de todos los partidos, y públicas manifestaciones de adhesión del Presidente del Gobierno, Jefe de la Oposición y demás Partidos, así como de otros titulares ministeriales. Lo que nos une no es la Constitución, como machaconamente nos grita la propaganda de la publicidad institucional al conmemorar los “30 años de paz”, sino el fútbol. Que la justicia condene a tres años y medio de prisión a un gamberro del equipo extranjero rival por los incidentes sucedidos en el encuentro por el que el equipo patrio resulta sancionado es buen ejemplo de ello. La respuesta institucional de una Justicia inseparada no hace sino acoger y elevar a sentencia judicial el reflejo político más primario de unos hechos que objetivamente no pasarían de la simple falta. Sin separación de poderes la abstracción en la objetiva calificación judicial de hechos presuntamente punibles resulta imposible. El justiciable deja de ser el concreto sujeto de respuesta jurídica de sus particulares acciones socialmente reprobables, para convertirse en vehículo de la manifestación de lo ideológico, incrustado en el poder estatal único e inseparado. Santos Mirasierra (foto: Yogi OM) La mayor claridad que da la distancia se torna en sorpresa de la opinión pública y prensa extranjeras ante la prisión provisional y posterior condena a más de tres años de prisión para Santos Mirasierra, ejemplo vivo de la ausencia de valores de la sociedad europea de posguerra. No es de extrañar que mientras en Irlanda, ante ejemplos como éste, el Juez encargado de la extradición encubierta de De Juana, se lo piense dos veces.