Uno de estos días recordaba una aguda periodista las palabras del antiguo guerrillero de la Independencia, el cura Merino, camino del cadalso por atentar contra Isabel II: “¡Ahí os quedáis, pueblo imbécil!”. Lo que casi todos reconocen como el gran éxito de la transición, es el económico. Los que la pagan, se lo han creído. Por lo menos los millones de votantes. Pero un catedrático de Economía, don Roberto Centeno, ha demostrado que tienen razón los relativamente pocos españoles que recelan del régimen del consenso entre partidos, sindicatos, etc. unidos en torno a la Monarquía. Resulta que en 1975 la diferencia entre la renta “per capita” española y la de los diez países principales de Europa era del 83,6% y que ahora, más de treinta años después, es sólo el 84,2% respecto a los mismos países. Es decir, en más de ¡treinta años! un 0,6% menos que en 1975, y esto después de haber entrado con todos los derechos en lo que iba a ser la Unión Europea y recibir su ayuda. La obligada carrera por la “convergencia” con Europa está prácticamente estancada. Y además disminuirá al ser la inflación española superior a la del resto. Ya se especula con la posible expulsión de España o por lo menos la suspensión de su pertenencia a la Unión, al juntarse con esto la pérdida de valor del euro emitido en España (lo mismo que el de Italia, Grecia y Portugal), hasta el punto que algunos europeos empiezan a no aceptar estos euros como medio de pago. En suma, lo menos que se puede decir es que la masa de los españoles comulga con ruedas de molino y no le falta razón a la distinguida periodista al traer a colación la cita del cura guerrillero. Según el mismo profesor, el número de funcionarios del Estado español no debiera pasar de unos 800.000 de acuerdo con criterios generalmente aceptados. Sin embargo, el Estado de las Autonomías cuenta con unos ¡2,400.000! En términos objetivos, esto pudo ser una de las razones del invento: crear una clase funcionarial tan exorbitante que, aparte su carácter clientelar, su misma superfluidad la hace adepta incondicional del régimen. Y no cabe duda que las Autonomías son junto con los partidos y los sindicatos uno de sus puntales. De ahí el auge del nacionalismo y que se le diese entrada en la Constitución. La Nación no importa; lo importante es asegurar la vida y el bienestar del consenso oligárquico. La política antinacional del partido socialista dirigido por el Sr. Zapatero, no es, pues, un cambio de régimen, como dicen ingenuamente muchos críticos: apunta a su consolidación, sacralizando con nuevos Estatutos y pactos con los separatistas los intereses de las oligarquías constituidas en el interim. Esto podría ser el misterio de la famosa frase del rey de que el Sr. Rodríguez Zapatero “sabe muy bien hacia qué dirección va y por qué y para qué hace las cosas”.