Desde el punto de vista de las ideas, la crisis del partido popular es, sólo formalmente, una disputa entre la socialdemocracia y el liberalismo. El partido popular, un típico catch-all party, es socialdemócrata conforme a las exigencias del consenso que sustituyó al Movimiento. El Movimiento, sustituido por la ideología socialdemócrata en la que veía la Monarquía, tomando como ejemplo las Monarquías nórdicas, la posibilidad de afirmarse, se “pluralizó”. UCD era ya socialdemócrata y el problema consistió en construir un partido socialista capaz de sucederle, para mediante una evidente “pasada por la izquierda” legitimar la Monarquía para el consumo interno y de cara a la Europa socialdemócrata. El minúsculo partido socialista interno, que había desbancado en Suresnes al histórico, republicano y anticomunista, se nutrió fundamentalmente de la burocracia del Movimiento y del régimen anterior, empezando por la que se había agrupado en UCD, oportunamente autodestruida para nutrir el partido socialista y dejarle paso. La socialdemocracia empezó a reinar en España conjuntamente con la Monarquía. Algunos liberales estuvieron en UCD y luego en alianza popular o el partido popular, al que afluyó la democracia cristiana –socialdemócrata de “derechas”- que dio el tono a ese partido. Se acomodaron a la socialdemocracia ya que en el partido popular sólo hay liberales a título personal, pues todos son estatistas. Unos menos y otros más, y adictos a la Monarquía que impuso el régimen socialdemócrata, es decir el consenso. Se trata, pues, de una disputa interna por el poder en vista del rotundo –y ridículo- fracaso del partido en las últimas elecciones y el cansancio de un electorado harto de verse traicionado por su política de consenso. El liberalismo no es otra cosa que la antigua doctrina tradicional de que siendo el hombre un ser ontológicamente libre, la libertad política es incondicionada y, por ende, el gobierno ha de ser limitado: lo que se llama el gobierno bajo el imperio de la ley, que quizá fuese mejor decir sometido al Derecho. Como precaución sine qua non, exige que el gobierno sea representativo –el resultado del libre ejercicio de la libertad política- y, si hay Estado, que los llamados tres poderes, el legislativo el ejecutivo y el judicial, estén claramente separados. Su concepción de la forma de gobierno es, de acuerdo con la libertad política, republicana. Por otra parte, en realidad, el Estado con su soberanía político-jurídica plantea un grave problema, y el liberalismo, incompatible con esa teoría, según la cual el Derecho lo hace el soberano, es antiestatista. Pues aquel no es propiamente Derecho sino Legislación, ya que lo que puede llamarse la soberanía jurídica, origen del Derecho, pertenece al pueblo, no al Estado, que se la ha usurpado. De ahí que en Inglaterra y Estados Unidos, donde no existe propiamente un Estado, el liberalismo sea distinto confundiéndose con el conservadorismo.