Hay cosas, como decía Larra, que para ponerlas en ridículo basta parar la atención en ellas. Así, la Fiscalía ha dictaminado que la causa general abierta por Baltasar Garzón contra el franquismo quiebra las más elementales reglas del proceso penal. Aunque los delitos de detención ilegal son permanentes (si se enmarcan en los crímenes contra la humanidad) hasta que no aparecen las víctimas, aparte de la evidencia del fallecimiento de los “secuestrados”, ha de tenerse en cuenta que semejante tipificación no existía cuando se cometieron los hechos denunciados. Si bien esos delitos habrían prescrito merced a la Ley de Amnistía de 1977, Jiménez Losantos nos hace concebir falsas esperanzas cuando dice que Garzón, al que califica de “analfabeto funcional”, quiere liquidar la Transición abriendo fosas comunes. Este locutor estrella recrimina al Rey no salir en defensa de su ex tutor, aunque sólo sea para “salvar su negocio”, ya que resulta increíble que Franco fuese tan malvado si lo designó a él como sucesor. Y desde el campo filosófico, Gustavo Bueno observa en Garzón las trazas de un Juez Universal que con un acusado “complejo de Jesucristo” aspira a juzgar a los vivos y a los muertos. Baltasar Garzón (foto: sagabardon) La teoría política clásica situaba al tirano fuera de la humanidad: “un lobo con forma humana” cuyo gobierno, por su posición de uno contra todos, no tenía relación con las distintas formas de reinado (“Basileia”). De esta manera, Garzón debe de creer que figuras como las de Juan Carlos, Suárez o Fraga, gracias al espíritu santo de la Transición, ya no tienen nada que ver con el franquismo, esa mezcla de error y violencia que debe ser sometida al Juicio Final. El lugar del Hacedor de leyes y el Juzgador de los hombres fue ocupado por Cristo, la encarnación visible de Dios sobre la Tierra. Y ahora, un Tribunal Penal Internacional presidido por Garzón podría hacer las veces de la divinidad. Es cierto que si no castigamos a quien cometió el mal estamos privando a las nuevas generaciones de todo fundamento de justicia. Los jóvenes asimilan que la vileza nunca se castiga en la tierra, y que, por el contrario, siempre aporta bienestar. Pero, en España, las hermosas páginas de la Justicia no pueden ser escritas con renglones torcidos por un megalómano demasiado humano.