Episodios como el desafío de Tomás Gómez a la autoridad del aparato central del PSOE revelan que Zapatero no está pasando por su mejor momento. No hace mucho, cuando un futuro despejado parecía pertenecerle, su poder de convicción e intimidación hubieran resultado incontestables. El ex acalde de Parla se ve con fuerzas para echarle un pulso a la favorita de los hombres más poderosos e influyentes del partido socialista (Zapatero, González, Rubalcaba), la simpática Trinidad Jiménez, única candidata – a tenor de las encuestas- con posibilidades de doblegar a la dama de hierro madrileña. Esta disputa familiar, que se dirimirá mediante unas primarias, ha llenado de alborozo a don Pedro J. Ramírez, por cuanto ve en ella la mejor manera de cumplir con el artículo 6 de la Constitución, el que reza que la estructura interna y funcionamiento de los partidos políticos deberán ser democráticos. Y es que a don Pedro, que nunca se ha ocupado verdaderamente de la democracia externa que todos disfrutaríamos, siempre le ha preocupado la democracia interna de los partidos estatales como si esta fuese –junto con las listas abiertas- “la materialización de los derechos de participación política de los españoles para que sean los ciudadanos, desde abajo hacia arriba, y no las cúpulas de los partidos, desde arriba hacia abajo, quienes elijan a sus representantes”. Este incurable regeneracionista señala el carácter mezquino de la vida partidaria y la imposibilidad de que el talento, la originalidad y la disidencia se abran paso en ese ambiente mefítico, puesto que “no son las bases, sino las alturas, las que te quitan y ponen en las listas”. Por supuesto, a don Pedro, que no repara en la inexorable oligarquización que se produce en el seno de los partidos políticos, no se le ocurre lisa y llanamente pedir la abolición de las listas y el establecimiento de una relación directa entre los electores y los elegidos a través de circunscripciones uninominales. “Ya que son incapaces de incrementar el PIB, al menos que eleven nuestro imaginario PID (Porcentaje de Impulso Democrático)” remacha el director de “El Mundo”, manteniendo incólume su PIR (Porcentaje de Ilusionismo Reformista). El señor Ramírez admite el repudio social que lleva aparejada la actividad política, pero el descrédito afecta también a los “intelectuales” y periodistas como categoría social, cuando ponen su inteligencia al servicio de la impunidad política y de la posibilidad institucional de que la corrupción se perpetúe. Sí, don Pedro: ¡Vivan las primarias! ¡Vivan las caenas oligárquicas!