Hay quien baraja las palabras como lo hicieran con las cartas los tahúres del Misisipi. El movimiento rápido de los dedos produce un efecto hipnótico que condiciona y distorsiona la percepción del observador, con lo que la trampa, el fraude, la falsedad, se vuelven posibles. Engañar a la vista y, consecuentemente al intelecto, es también oficio de trileros. Y de cineastas, aprovechando que la velocidad de paso del celuloide confunde a la retina y transforma la foto fija en un continuum que el cerebro lee como una secuencia. Y de ahí la película. La oligarquía no es más que una mesa de póker envuelta en humo de puros de marca, tenebrismo y falacia. En esa mesa se barajan leyes y estrategias que pasan luego como verdades ante unos ciudadanos despistados como pulpos en un garaje – tomo de mi padre la frase, con permiso de ustedes – y desinformados a través de un complejo sistema esencialmente corrupto. Así llevamos desde la Transición que no fue el paso de una dictadura a una democracia sino de una dictadura a una oligocracia. Hay palabras que, al tener tan denso contenido y una imagen pública grandilocuente, quedan en la práctica vacías de contenido. No significan nada y se convierten en meros comodines que van muy bien para el ejercicio de la demagogia. Esas palabras, además, tienen ya, a priori, sin análisis de ningún tipo, la aquiescencia de todos. Nadie diría que no es demócrata, ninguna persona negaría que es solidaria, nadie criticaría la Constitución, por ignorancia de su articulado y porque se considera tan incorrecto políticamente que llevaría a la calificación de 'fascista' al presunto rebelde. Y de la Carta Magna quiero hablar. El amor, el respeto, el cariño son cosas que no pueden imponerse. Te los otorgan los demás. Así, la Constitución jamás debió ser una especie de interesado maná vertido sobre los ciudadanos. Son los pueblos los que, para asegurar una convivencia pacífica, enriquecedora y avanzar en el camino de la historia se dotan a sí mismos de un texto marco donde sembrar su vivir. No ocurrió así en España, donde siete personas, los llamados 'padres de la Constitución' para la foto, elaboraron un texto alumbrado por un pacto y reparto de partidos. Un escrito de arriba hacia abajo, ausente de la preceptiva creación de una Asamblea Constituyente, es decir, de la voluntad ciudadana. Cuando esto se afirma, las voces más simples suelen alegar que los españoles la aprobaron -no olvidemos que con una abstención del 33% y la ausencia del Partido Nacionalista Vasco- pero advirtamos que los españoles también votaron sí a los referéndum franquistas de 1947 (Un Caudillo vitalicio) y 1966 (La Monarquía impuesta a dedo por un dictador). Habría que escribir un ensayo de 500 páginas para analizar a fondo el texto constitucional, pero acudo a Molière para decirles lo que él decía: “El escritor puede equivocarse, pero jamás ser soporífero”. No lo seré. De momento, vamos al Preámbulo de una norma que elaboraron: Miguel Herrero de Miñón, jurista de UCD. José Pedro Pérez-Llorca, alto funcionario de las Cortes, de UCD. Gabriel Cisneros, ex falangista reformista y finalmente de UCD. Jordi Solé Tura, representante del PCE, un intelectual que acabó en el PSOE. Gregorio Peces-Barba, encargado de Derecho Constitucional por el PSOE. Miquel Roca, catalanista de Pujol, y Manuel Fraga, uno de los hombres fuertes de Franco, en nombre de Alianza Popular. Y dice el Preámbulo que la Constitución pretende: — Garantizar la convivencia democrática dentro de la Constitución y de las Leyes conforme a un orden económico y social justo. No hay convivencia democrática puesto que en vez de democracia existe oligocracia. Por otro lado, esta última crisis está demostrando que de orden económico y social justo, nada de nada. — Consolidar un Estado de Derecho que asegure el imperio de la Ley como expresión de la voluntad popular. El imperio de la ley no es en absoluto expresión de la voluntad popular sino de la partitocracia. Con esa premisa, el Congreso es absolutamente prescindible y rotundamente falso que en la Cámara resida la soberanía popular. — Proteger a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones. El Estado de las Autonomías en la praxis ha generado una alarmante multiplicación de la burocracia y el despilfarro, el tráfico de influencias, el nepotismo y la corrupción. La intención era buena. El resultado, fatal. Todo Occidente piensa ahora que el Gobierno no controla España. — Promover el progreso de la cultura y de la economía para asegurar a todos una digna calidad de vida. La Cultura no afecta al sistema ha sido decapitada y el camino hacia la calidad de vida, el Estado del Bienestar, atraviesa un momento tan crítico que ha desaparecido de lenguajes y discursos. — Establecer una sociedad democrática avanzada. Es imposible caminar hacia una democracia avanzada si se comienza desde un sistema falseado. El sendero hacia una verdadera democracia pasa por el establecimiento de una República Constitucional donde los ciudadanos elijan de verdad a sus representantes y puedan exigirles la gestión decidida o cesarlos si no la cumplen. — Colaborar en el fortalecimiento de unas relaciones pacíficas y de eficaz cooperación entre todos los pueblos de la Tierra. Loable propósito. Lamentablemente, la Política Exterior española cambia pendularmente cuando cambian los gobiernos. No les canso. Sí les animo a la reflexión, a huir de los tópicos y lugares comunes, a ejercer el pensamiento, eliminar los miedos y sumarse al MCRC para acabar con esta farsa y conseguir pacíficamente lo que no nos quisieron dar alevosamente.