A pesar del progresivo desconocimiento del latín, sigue recitándose con delectación la máxima de Juvenal “mens sana in corpore sanum”. El poeta pide a los cielos salud del espíritu unida a la del cuerpo, entendiéndose y extendiéndose la versión de que la salud del cuerpo es necesaria para la del alma cuando esto no resulta imprescindible, aunque por supuesto no esté de más. El evangelio de la salud, con su idolatría del cuerpo, ha convertido a la medicina en una liturgia de conservación. Los adelgazantes, la manía de la gimnasia, la calculada velocidad de los paseos, las periódicas mediciones del colesterol, las cíclicas revisiones médicas o los minuciosos análisis, forman parte del culto a este sucedáneo de la religión que promete una larga estancia en la tierra a aquellos que cumplan con todos sus preceptos, y sigan las recomendaciones sacerdotales de los médicos. Este mesianismo de nuevo cuño (que ha disparado el número de hipocondríacos) deja fuera de su reino de los sanos, no sólo a los obesos e hipertensos, sino también a los sedentarios y a los viciosos que comen demasiado o no acatan la dieta mediterránea. Toda esta prédica está reforzada por el obsesivo cuidado de la imagen que ha enriquecido a las clínicas de cirugía estética. En unos congresos subvencionados por la industria farmacéutica los médicos desaconsejaron el consumo de productos como el pescado azul, los huevos y el aceite de oliva, mientras recomendaban el de girasol. Ahora ese pescado es sanísimo, los huevos no son tan malos, y el aceite de oliva obra prodigios en nuestro organismo. Cada una de estas propuestas, amplificadas masivamente por la propaganda mediática, ha tenido enormes repercusiones en ciertos sectores económicos. Hábitos saludables (foto: urazan en su tinta) La desviación y perversión de los fines de la profesión médica han sido diagnosticadas en tiempos mucho más tenebrosos que éstos. Víctor Von Weizsäcker (una de las figuras más relevantes de la llamada “medicina antropológica”) denunció la “anestesia moral” de los médicos durante el nazismo, cuyas prácticas iban encaminadas a proteger a la sociedad de “elementos nocivos”.