Una cosa es vivir de recuerdos —yo no lo estoy haciendo—. Otra cosa es tener sentimientos de simpatía hacia los republicanos —ahí sí me encontraréis—. Y otra cosa muy distinta es tratar de imitar el fracaso de aquella Segunda República.
Ni vivo de recuerdos ni quiero fracasar con la reedición de aquella otra experiencia histórica. Pero sí rindo homenaje de simpatía y cariño a los republicanos que pudieron hacer algo nuevo y positivo con el advenimiento de la Segunda República, a pesar de las pocas condiciones favorables de las que disponían para ello.
La II República advino, no fue conquistada. La huida del Rey fue determinante para su proclamación, pero fue víctima de la polarización ideológica de esa época. Las reglas de juego instauradas con su llegada no eran democráticas: no había separación de poderes ni representación política del elector. Además, tuvo frente a sí una situación internacional muy complicada. Al final sufrió un golpe de Estado que fracasó y terminó en guerra civil entre hermanos.
Pero aquella experiencia tuvo a su lado personas muy lúcidas y brillantes. La gestión de la política local en Totana fue todo un ejemplo y, a pesar de no contar con reglas de juego formalmente democráticas, hubo alcaldes y concejales en este municipio que estuvieron a la altura de los acontecimientos.
A ellos y a mi querido padre —miembro de la tripulación de un submarino de la Armada española con base en Cartagena, el B-6, y condenado a 6 años de cárcel por los vencedores— dedico el gesto de izar ritualmente la que fuera bandera de la nación española entre el 14 abril de 1931 y el 1 abril de 1939. Cada aniversario que puedo les rindo homenaje.
Tengo muy claro, por tanto, lo que sucedió entonces y por qué sucedió, como también sé qué es lo que habrá de suceder cuando los españoles lleguemos a conquistar un periodo de libertad constituyente.
Nuestra propuesta estará basada en la separación de poderes en origen, la representación política de los ciudadanos electores y la independencia de la Justicia.
Esta primera república constitucional española será fruto de un poder constituyente y no fruto de la concesión de un poder constituido, que es lo que fue la carta otorgada del 78 y la Transición española.