Desde el momento en que nace el infante, los padres o tutores se enfrentan a dos posibilidades educativas, que por supuesto nunca se encuentran en estado puro. Una es respetar la libertad del impulso, carácter en potencia; alimentar la exploración abierta y al principio indiscriminada para irse afinando a cada paso; en fin, fomentar la creatividad en el juego que supone interactuar con el mundo. La otra, opuesta, consiste en tratarle como una bola de sebo moldeable al gusto común e indistinto, de un modo rutinario, inconsciente, perfectamente en línea con la inconsciencia previa. En esta última, asistimos a una educación basada en lo inmediato que, por carecer de perspectiva, repite patrones ancestrales: obediencia sin cuestionamiento, rigorismo paranoico, falta de sentido del humor y de tiempo y dedicación. Como se sabe desde antiguo no hay modelo perfecto de educación, válido para todos los casos y propósitos. Habrá quien educado en libertad y conocimiento, muerda el polvo de la servidumbre, y por supuesto también viceversa. Pero la experiencia nos enseña que desde luego aquí no reina el azar. En uno y otro caso la herencia, lo presente y la visión del futuro son los factores determinantes. Pero mientras que en el primero hay consciencia y reverencia (aprender del pasado, saber detenerse en el presente y pedir un futuro mejor), la “educación” en servidumbre perfora las esencias sapienciales del pasado, diluye el presente en mera continuidad sin ritmo y oblitera el futuro en simples manierismos de amenaza. La educación en libertad en cambio respira de agradecimiento por lo recibido, de arraigamiento y comprensión en el presente, y del brillo con que nos reclama un futuro tan incierto como esperanzador. Y a nadie puede escapársele ya que la así llamada disciplina impuesta por el régimen franquista, por no ser una llamada al orden interior sino requerimiento de obediencia sin razones, ha pasado en nuestro régimen pseudo-democrático a una falta de disciplina al menos tan perjudicial, y a pesar de las apariencias esencialmente idéntica. Pues tanto en un régimen como el otro prima lo acrítico, y vive un presente inhumano, desagradecido con lo ancestral y ciego ante el futuro. Qué sorpresa: educar en libertad supone hoy, en España, nadar contracorriente. Mercedes Cabrera (foto: Petezin)