El mito que atraviesa toda la época moderna nace sobre los escombros del amor cortés, la relativización del honor y una pureza de sangre que se va diluyendo, y a salvo, todavía, del avasallador puritanismo calvinista, ése que ve en el deseo erótico el dispendio por antonomasia de las fuerzas del trabajo y la virtud. El Burlador no se preocupa del castigo eterno de sus pecados, “largo me lo fiáis”; quiere tiempo para “gozar de las cosas hermosas del mundo. Luego ya veremos”. No pretende desafiar a Dios, pero éste le resulta molesto para sus empresas y por eso no duda en desligarse de Él porque no concibe que su deseo absoluto, que es lo único en que cree, tenga que someterse a presión alguna. Molière nos presenta un Don Juan calculador y desafiante, anticipando el sadismo de esa libertad soberana que ya no es una cuestión de placer sino de poder, de imposición del deseo propio, y por eso mismo absolutamente terrorífico, sobre los demás. Baudelaire diría que la voluptuosidad única y suprema del amor reside en la certeza de hacer el mal, en transgredir, en saborear el pecado. Sganarelle obtiene la explicación de la conducta de su amo “Este es un asunto entre el cielo y yo”. Don Juan entabla una lucha permanente contra Dios, dirimida en sus encuentros con unas mujeres a las que no ama o con ermitaños a los que ofrece luises de oro si blasfeman. No habría orden social sin la represión del instinto, pero el ser humano no puede eliminar la nostalgia de un placer irrealizable. Don Juan proclama y ejerce el derecho a vivir como le venga en gana, a sabiendas de que se arriesga a morir y a perder la vida eterna. El deseo, tal como señalaba Bataille, incluye una fascinación por la muerte y la destrucción del orden y la regularidad de la vida social, una disolución que se vincula con la actividad erótica. El romanticismo le ofrecerá la posibilidad de redimirse a través del amor buscado desesperadamente por el que se comporta como burlador a su pesar, puesto que si va de mujer en mujer es por que no puede saciar en ninguna su sed de pasión. Lo cierto es que entre Don Juan y Werther hay un abismo. En el siglo XX, el mito sería revestido con los rasgos de la soledad, el ascetismo y la melancolía. Llega la liberación de la mujer y ya no se puede decir impunemente de ésta que es “fácil” por tener la moral sexual de un hombre. Algunos creen que un intelectual es un individuo capaz de pensar por más de dos horas en algo que no sea sexo: la verdad es que hay que ser sutilmente donjuanesco para usar el ardid de aquel pensador que decía preferir a las mujeres hermosas (de las que siempre estaba rodeado) porque son más inteligentes, ya que han tenido que luchar y pensar más para escaparse de las zarpas de los hombres.