Como el Rey, Dívar lamenta lo sucedido. Cómo Garzón, dice tener la conciencia tranquila por sus actos. Pero también como el monarca, no sabemos que es lo que lamenta, ¿qué le hayan cogido en renuncio? ¿Qué haya quebrado la intangibilidad  mediática admitida institucionalmente por razón de cargo y consenso? Los lamentos del presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial se parapetan en el daño causado con la identificación personal de su cuestionamiento con el de la institución que representa. Sin embargo precisamente la presunción de que sus gastos tienen carácter oficial por ser Él quien es llevaron a la Fiscalía al archivo de la denuncia de Gómez Benítez. Una suerte de inmunidad iuris tantum a diferencia de la regia, iuris et de iure. Los difusos lamentos de ambos son las lágrimas de cocodrilo de la partidocracia.

Garzón en su megalomanía daba por sentado que su conciencia se situaba por encima de la ley. Por eso no es de extrañar que tenga la conciencia limpia. La de Dívar se erige por encima del bien y del mal por el consenso de su elección por los partidos monopolísticos del estado. –Yo Soy la Justicia y Mi Conciencia es Palabra de Ley- es la máxima de D. Baltasar. –Solo soy responsable ante Dios y ante el Consenso- podría ser la de D. Carlos.  La relación de similitud va más allá de los lazos personales, de las sentidas traiciones del defenestrado Magistrado que sobrevuelan la venganza garzonita contra Dívar a través de su consigliere Gómez Benítez. En la corrupción de los poderes inseparados la desconfianza no es fuente de virtud, pues no actúa como vacuna contra la misma, sino pura venganza. Con ello, y siendo poco edificante el espectáculo, sirve eficazmente para poner al descubierto la mendacidad de este Estado de Derecho sin separación de poderes. La verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero.

Lamentos y conciencia reales y garzónicos que ficcionan una normalidad democrática imposible, pues no existe Democracia. Acto de contrición, sin dolor de los pecados ni propósito de enmienda en el Rey. Garzón lleva la penitencia de una sanción mínima como premio a una vida de girasoleo al sol partidocrático, en el que la política y la justicia son un todo uno, como el propio estado de partidos que ejemplifica. Dívar, aúna y personifica las miserias del régimen que estos dos protagonistas de la postmodernidad de 1.978 representan a la perfección. Pero que la más alta institución de lo judicial lo tenga claro, en el mismo momento en que no sirva a los intereses de los partidos, lo dejaran caer. Así lo hicieron con Garzón, y es indudable que, en el momento de descomposición máximo, en el momento de no retorno de esta monarquía parlamentaria, los partidos se aprestarán a apuñalar también a la corona para subirse al carro de lo nuevo e intentar sentar sus propios reales para que no cambie la relación de poder. Es el deber de los demócratas estar preparados para impedirlo.

 (Fuente: Adalme)

 

Pedro M. González 01/06/12

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