Marx exclamaba que no importa lo que tal o cual obrero o incluso el conjunto de ellos imagine que sean sus objetivos, puesto que los intelectuales, y más uno tan lúcido como él, podían conocer mejor que el mismo proletariado los intereses de éste. La doctrina socialista suponía la base científica en la que debían edificarse las aspiraciones colectivas de los desheredados. Lenin combatió la espontaneidad revolucionaria de las masas: “La teoría debe someter a la espontaneidad”. El ejército profesional de la revolución y el liderazgo de sus estrategas movilizarían a la masa en los momentos oportunos para llegar a conquistar el Estado y ejercer la dictadura burocrática en nombre del proletariado.   Sin motivaciones ideológicas y sin guías revolucionarios, una multitud de egipcios, como antes de tunecinos, ha desbordado los cauces de la sumisión ancestral y ha desmentido los prejuicios de los que se creen realistas porque no admiten otra posibilidad que lo realizado. No quieren implantar una teocracia (por mucho que se empeñen en sospecharlo los cazadores de brujas con velo islámico) ni desean otro régimen autoritario que sea menos corrupto o con tintes igualitarios. “Terror o corrupción amparada por el Ejército”: sostener la inexorabilidad de tal disyuntiva es una trapacería intelectual, un nuevo determinismo histórico.   En la valerosa contestación de estos pueblos árabes hay una genuina aspiración a la dignidad colectiva, pero sin un modelo adecuado “la sociedad carece de guión eficiente para orientar la decencia pública hacia la democracia política”. En la “filosofía de la acción constituyente” que encontramos en el libro tercero de la "Teoría Pura de la República" leemos que en un momento tan crucial como el derrumbamiento de una dictadura “lo realmente decisivo es la existencia previa de un período de libertad política constituyente” para evitar “nuevas constituciones impuestas por grupos constituyentes privilegiados”. Se puede pasar de la dictadura a la democracia sin caer en la oligarquía, que es donde estamos empantanados los españoles, que desdichadamente, en su inmensa mayoría (al margen de los vividores de la partidocracia), siguen viviendo, cada vez con mayores dificultades, como si ya tuvieran democracia.

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