En las ciencias naturales las cosas no están expuestas a ese grado de arbitrariedad de las opiniones irresponsables que impera en la apreciación de las situaciones políticas, económicas y culturales que nos envuelven. Hacerse una idea aproximada de éstas requiere una buena predisposición mental, es decir, buscar la verdad en lugar de preferir la mentira en la justificación de toda clase de poder de unos hombres sobre otros; y además, disponer de una correcta información, lo que exige un continuo esfuerzo de selección, interpretación y jerarquización de esa masa ingente de datos con la que, los medios de la comunicación dominante, inundan nuestros cerebros. La mayoría social renuncia a ese esfuerzo y se abandona al consumo de las opiniones que contienen las píldoras informativas fabricadas por los centros de poder ideológico de las oligarquías. Los intelectuales del quietismo, plenamente integrados en la industria cultural, ya no constituyen esa clase intermedia sin personalidad económica de la que hablaba Lenin. Estos profesionales de lo inmediato, que no ven más posibilidades que las existentes, cultivan la razón que los antiguos llamaban perezosa: “es inútil que me esfuerce en obrar, pues ocurrirá lo que tenga que ocurrir”. Cada ideología ha reflejado, como si fuese una idea universal, los intereses particulares de una categoría determinada. Resulta tan ilusorio desear o creer en lo que jamás ha existido, un mercado libre, como reclamar la desaparición de algo (el propio mercado) que pertenece a la sociedad civil o sociedad productiva. El miedo a perder las rentas, los negocios o las viviendas, que está provocando la crisis financiera, hace emerger también la incoherencia de los apriorismos ideológicos. La hybris, la ilusión de omnipotencia financiera que no atiende a razones productivas ha de doblegarse ante la realidad crítica. De la misma manera, que los principios de la Economía Política Clásica no se mantuvieron incólumes ante la “Gran Depresión”, toda esta hinchazón crediticia no puede seguir tratándose con cataplasmas monetaristas. Subprime (foto: Padre Denny) La representación política y la separación de poderes garantizan la existencia de la democracia, pero no la de las buenas ideas en forma de leyes adecuadas. Y menos, cuando perdura un devastador ambiente de crisis cultural sin personas de espíritu que vean inmensas posibilidades en lo real.