La democracia requiere transparencia informativa. Los jefes de los partidos pactan y toman decisiones en secreto, una conducta oscurantista impropia de un sistema político abierto. Reservarse información política o manipularla conforme a intereses bastardos, son flagrantes menosprecios de la opinión públicas y del electorado. Una forma de proceder, basada en la intriga, también revela el grado de desconfianza interna que hay en esas organizaciones del poder estatal, que seguimos llamando partidos políticos. Rajoy ha obrado, estas últimas semanas, con el temor de que sus decisiones fueran conocidas con antelación y sometidas a la crítica, produciendo movimientos de contestación entre los insatisfechos. Los conmilitones han esperado con ansiedad el nuevo reparto de cargos directivos y dádivas, que la suprema autoridad del partido ha otorgado. Con una calculada postergación de su decisión, el jefe puede ir observando las distintas corrientes que surcan el interior del partido, y hacer lo que más le convenga. Hacer pública la ambición antes del pronunciamiento del líder, puede ser interpretado como un amago de revuelta o de rivalidad. Y esa tímida competencia por el control del partido suele resolverse con la renuncia a la presentación de una candidatura alternativa. Las cunetas de la partidocracia están llenas de cadáveres políticos que no midieron los tiempos ni las fuerzas propias. Los militantes destacados son barridos de la escena si su fidelidad resulta sospechosa. Los partidos estatales se convierten en focos de ansias de poder contenidas, en centros de mutua desconfianza, donde las humillaciones y el servilismo desembocan en la indignidad del que está dispuesto a pasar una serie de pruebas infamantes para medrar. Si ilusas esperanzas hacen creer que la participación en la política partidista de este régimen puede aportar distinción o buena fama, el desengaño es inevitable. Se corre el riesgo de perder la dignidad y lo que nos hace verdaderamente humanos: la libertad. La partidocracia genera una servidumbre que es cada vez más visible, a pesar del ficticio mundo político que los medios de comunicación presentan. Los fabricantes y comerciantes de ilusiones difuminan las señales que conducen a la democracia, tratando de alargar la separación entre un presente destinado a perecer y un porvenir que ha de cumplirse. Don Mariano Rajoy (foto: ppcatalunya)