En la antigua y perpetua sed de totalidad que padecen los hombres, éstos han buscado el absoluto en guerras santas, utopías de igualdad y delirios de superioridad racial. En la lucha de clases del siglo XIX la palabra “burgués” ya había adquirido el carácter de una mortal declaración de hostilidad; y el antisemitismo “levantaba su repugnante cabeza” y propagaba su veneno. El otro es el enemigo absoluto. Hay que exterminarlo: en la picadora de carne humana del Gulag o en los campos de concentración nazis.   (Foto: Hugo César) En Israel, el Sumo Pontífice espera que nunca un horror similar al del Holocausto “pueda deshonrar a la humanidad” y pide que los sufrimientos de sus víctimas “jamás sean negados, olvidados o rebajados”. Cicerón llama a los filósofos “maxime ingenuum” por su empeño en mirar por el gusto de ver, lo que los convierte en el grupo más noble de los hombres libres. Pero, frente a la barbarie de Auschwitz o Dachau no puede existir un mero espectador desinteresado o un sujeto kantiano cuya pureza estriba en su no implicación en los hechos. Hay que remitirse al testimonio de los supervivientes.   Dos de ellos, -Primo Levi y Jean Améry-, entablaron una polémica a raíz de sus distintas actitudes frente a las atrocidades del nazismo. El autor de “Si esto es un hombre”, aparte del castigo a los responsables del exterminio, era partidario de reflexionar acerca de las causas que llevaron a Alemania a enfangarse en tales atrocidades, con el fin de intentar emprender un camino de reconciliación. Améry, que escribió “Más allá de la culpa y la expiación”, lo tildó de “perdonador”.   Ante el horror sin precedentes que había experimentado Europa, con una destrucción “metafísica” de la propia condición humana, “hacer hablar al sufrimiento es el principio de toda verdad” decía Adorno, quien exigía “reorientar el pensamiento y la acción para que la barbarie no se repita”. Sin embargo, en la Europa liberada por los norteamericanos, lo que trajo el final de la guerra fue el comienzo de una “relajada” vida de los viejos partidos en el Estado, y el culpable olvido de lecciones de la historia reciente, tales como el desmoronamiento del régimen parlamentario de Weimar, incapaz de oponer resistencia institucional al nazismo.

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