El otro Madrid Cuando la ciudad se vacía Debe ser cosa de este soleado puente de diciembre. De repente, la ciudad se queda casi vacía y nos parece incluso asequible. Tras la sorpresa que supone descubrir esta nueva faceta en nuestro entorno, no tardaremos en asumir que, en el fondo, no somos más que sufridos pacientes de uno de los fenómenos más repetidos de nuestro tiempo: la aparente incapacidad de los habitantes de las grandes metrópolis de lograr un razonable grado de satisfacción residencial. Esta falta de sintonía entre la ciudad real y los ciudadanos que la habitan se debería abordar como un tema de reflexión permanente y no solo por su propia trascendencia urbana, sino también por la estrecha relación entre ciudad y modelo social. A principios del siglo XX, el Movimiento Moderno se atrevió a proponer un prototipo de ciudad, avanzado, pragmático y solidario; capaz, en sí, de proponer a la sociedad un tejido urbano suficientemente democrático como para garantizar el control equitativo de su desarrollo. En la actualidad, lo que resta de aquellas promesas, solo alcanza para ofrecer un modelo suficientemente opaco como para disimular su propio fracaso. Como bien recuerda Josep María Montaner en “La modernidad superada, arte y pensamiento del siglo XX (Editorial Gustavo Gili): -“Llega un momento incluso en que el concepto de racionalismo en arquitectura se identifica con un movimiento trascendental: el movimiento Moderno (…) La abstracción en el arte, la arquitectura de las formas elementaristas y cubicas o la ciudad zonificada constituyen la culminación del racionalismo.”- Por otra parte, María José González Ordovás dentro de su estudio: “La separación espacial de los ámbitos de la actividad humana en la metrópoli” señala que esa visión que nos recuerda Montaner no es en modo alguno ajeno a la Filosofía y en particular al Derecho, (fenómeno urbano por excelencia). Será, por tanto, a esta disciplina a quien corresponda inicialmente avanzar en la interpretación de las repercusiones y responsabilidades sociales y públicas del “hombre urbano”. Ante la mejor perspectiva que suelen ofrecer las ciudades en estos ocasionales paréntesis de la actividad cotidiana, que representa un puente más o menos largo y sólo con dedicar un poco de nuestro tiempo a reflexionar sobre nuestra responsabilidad ante el mantenimiento y conservación del patrimonio edificado; es probable que seamos capaces de valorar la explícita fisicidad de nuestro patrimonio construido,(o por construir, que nadie olvide que estamos ante un fenómeno esencialmente dinámico). Contemplar, por tanto, lo “edificado” tanto en su vertiente urbanística y arquitectónica, como la componente filosófica inherente al propio proceso. Está claro que los cascos históricos ya han encontrado su propia estructura en cuanto a mantenimiento y conservación (aunque, se podría objetar, que la balanza beneficia más al visitante, que al propio residente). En otro campo similar, las actuaciones derivadas del Movimiento Moderno, mediante instituciones internacionales del tipo DOCOMOMO (Documentación y Conservación del Movimiento Moderno) están activamente en ello. ¿Pero qué pasa con el resto? ¿Está el Estilo Internacional y la arquitectura que surge a partir de finales de la década de los 40, suficientemente reconocida como para plantear un camino equivalente?