En estos tiempos de beatería solidaria se pasa fácilmente de la solidaridad en la amenaza defensiva a la solidaridad en la destrucción ofensiva. Tal como empezó a ocurrir en Corea, la ONU se encarga de izar la bandera de la buena guerra. El carácter “onuista” la santifica. La ética universal, posracional y divergente, no es causa de la unanimidad beligerante. Es ésta quien produce la universalidad ética de la guerra, su “racionalidad política”. Los gobernantes de la partidocracia española, sin criterio exterior propio, entran en guerras ajenas para no quedar al margen de la razón hegemónica en el mundo. La violación del orden público internacional, aunque este sea injusto, no puede contar con la resignación o con la indiferencia de los pueblos civilizados. Pero una cosa es la imposible neutralidad moral o política ante el delito de los demás y otra, de muy distinta naturaleza, asumir el papel de juez y verdugo del delincuente. Sobre todo tratándose de guerras punitivas, que son para el derecho internacional lo que la pena de muerte para el derecho nacional. Los Estados no son aparatos mecánicos u organismos vivos, aunque funcionen como centros de imputación irresponsables, sino organizaciones humanas dirigidas por hombres de carne y hueso que deben responder de sus crímenes de guerra. Bismarck rechazó la propuesta de hacer comparecer a Napoleón III ante un tribunal porque consideraba que no tenía competencia para hacer eso con su adversario. Entretanto se ha vuelto habitual condenar con todas las formalidades de la ley al vencido. El Tribunal de Nuremberg juzgó a los que iniciaron las hostilidades y condenó la monstruosidad de los jerarcas nazis. Sin un tribunal penal internacional efectivo, sólo el tribunal de la opinión mundial puede juzgar moral y políticamente, pasado el momento bélico, a los responsables y cómplices de las “ofensivas militares” que, utilizando como pretexto de legitimidad amenazas latentes (armas de destrucción masiva en manos de indeseables que no son nuestros amigos), causan estragos. Pero a dictadores extravagantes como Gadafi podemos capturarlo, exhibirlo y ajusticiarlo para edificación de los que tengan la tentación de “reprimir” a sus pueblos.