Creación revolucionaria Celebro que el irreverente propósito de situar a Rohmer en el panteón de los enemigos de lo natural haya dado lugar a la certera reflexión de Óscar (los poetas son legisladores no reconocidos del mundo, decía Shelley) acerca del conservadurismo; respecto al suyo, el director de La inglesa y el duque (su visión de la Revolución Francesa) no deja lugar a dudas.   Óscar ve la conexión entre el cine de Rohmer y la fenomenología pero considera que aquél se refugia en “los aspectos superficialmente estéticos” de esta corriente filosófica. Husserl quería hacer de ella una “ciencia rigurosa” para obtener una visión justa del mundo, yendo a las cosas mismas; algo que había sido ignorado tanto por el psicologismo relativista como por el materialismo de cualquier clase. Este enfoque profundo supone lo que los antiguos llamaban una metanoia, es decir, un cambio esencial o revolución interior. La enseñanza husserliana consistía en aprehender el fenómeno, su autenticidad, uniéndose a él –no existe el amor en sí sin un objeto al que dedicarlo, ni un objeto separado de nuestra intención de conocerlo- en un gesto eidético (esencial) mediante la epojé o reducción fenomenológica, poniendo entre paréntesis todo lo que sabemos, toda la experiencia que hemos atesorado, con el fin de encontrar la intensidad originaria del mundo de la vida.   Aprecio la mirada cinematográfica (sin artificios técnicos) de Rohmer porque me permite acercarme o no estar tan lejos de la comprensión del fenómeno humano, y me muestra cómo la palabra, que sólo señala de los objetos su función más común o sus aspectos más triviales, se sitúa entre la cosa y nosotros, enmascarando su forma; y quien consigue que nos desprendamos de los prejuicios que se interponen entre nuestra vista y la realidad, realiza uno de los empeños más ambiciosos del arte, que es el de revelarnos la naturaleza.   Adorno señalaba que las obras de arte constituyen síntomas éticos y estéticos de la miseria  social  y   el  espanto  de  la  barbarie, mientras Benjamin sostenía que deben ser afirmaciones alegóricas de un mundo carente de significado. Nietzsche sentenciaba que era el único medio de aceptar dignamente nuestro sinsentido: “el arte y nada más que el arte, tenemos el arte para no morir de la verdad”. Aristóteles definió lo libre como lo espontáneo (que se da cuando el principio de acción está en el agente) con posibilidad de elección. Pues bien, si “las ganas de actuar, la necesidad de hacerlo y la posibilidad de elegir, es decir, de crear” son eminentemente naturales, la verdadera creación es, a su manera, revolucionaria.

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