La desmesurada envergadura del capital de un puñado de corporaciones financieras plantea serios interrogantes también a la teoría pura de la democracia, que, de ser formalizada alguna vez en España u otro país europeo, podría verse menoscabada por su poder. La situación en los EE.UU. ofrece un ejemplo ilustrativo al respecto, que debe mantenernos alertas. Allí los grandes grupos financieros sufragan los gastos de campaña de ambos partidos Republicano y Demócrata, con la esperanza, casi siempre fundada, de que los representantes elegidos respondan a tan gracioso favor con alguna que otra prebenda. Aunque esta situación sea desde luego indeseable, es mejor que la de la oligarquía de partidos española, aferrados como están a la ubre del Estado. Aquí todos les financiamos con nuestros impuestos lo queramos o no, estemos o no de acuerdo con su programa político, por lo demás cada vez más indistinto. Una vez devueltos los partidos a la sociedad, una medida de higiene política imprescindible, la cuestión residirá más bien en hasta qué punto como ciudadanos respondemos de cara a nuestro representante directo, así como en la independencia del poder judicial. La financiación a los partidos políticos por parte de las grandes empresas podría simplemente prohibirse. Pero existen –o se crearán– muchas otras inclinaciones favoritistas que sólo una ciudadanía políticamente activa puede repeler. Del mismo modo que nadie puede preciarse de haber conseguido de forma permanente determinado bien anímico, necesitados como estamos de regenerar continuamente nuestra vida espiritual, en la vida política es preciso también recordar que sigue en vigor lo que Trotsky denominó, oponiéndose a la concepción estalinista, la revolución permanente. Una Constitución democrática no está dada de una vez por todas. En cierto modo requiere re-constituirse en cada ocasión, desde abajo. En este sentido, el sustantivo “constitución” llama al engaño de olvidar que no se trata sólo de un hecho definido, sino, además, de un proceso, de un gerundio: un constituyéndose. Olvido que puede costarnos a veces demasiado caro. Pero por muy mal que estén las cosas en los EE.UU., mi impresión es –viajo allí a menudo– que se cuenta todavía con un recurso impagable en su Constitución democrática, de la que nosotros carecemos. Razón por la cual habremos de empezar desde mucho más abajo. Leon Trotski (foto: agigli)